28 octubre 2011

#8

En el cibercafé tecnológico bluetooth 3G se hizo el silencio. La muchacha había pedido un boli.

26 octubre 2011

#6


Jipiwoman estaba tan contenta bailando sobre el arcoiris, que no reparó en la película de agua que se había formado en el color cyan. Resbaló. Cayó de ojo contra la triste realidad. 

25 octubre 2011

24 octubre 2011

#4

Era tan egocéntrico que ella, sin decir palabra, le enamoró en un día.

#3


La encontraron en la poltrona, tapada con una manta hasta las cejas. Los dientes bien apretados y el ceño fruncido. Había muerto de mal tiempo.

22 octubre 2011

#2


El hombre contemporáneo se compró una lupa introspectiva. Se había dado cuenta de que no se conocía a sí mismo.


Ilustración: Daniel Horowitz 

21 octubre 2011

#1


Poco le importaba a Tutú que los niños no jugaran con ella. Teniendo a Rigoberto como amigo, la vida siempre le parecía fabulosa.


20 octubre 2011

Tú y tu maldita conciencia

Ves esta imagen, vertical. Das al scroll hacia arriba y hacia abajo un par de veces, para verla bien. La vibración del color naranja te llena de energía, primero. La negación del calor,  el negro, te hace sentir triste, después. Mucho naranja para tan poco negro, piensas.
Y eso que aún no sabes nada. O sí, lees las noticias y además no eres tonto. Sabes que eso es un fuego. Y que nadie asará chuletas. Sabes que eso es Galicia, que es uno de los doscientosdieciséis incendios que se produjeron el pasado fin de semana. Prefieres ver el número escrito, porque así se hace más honor a la cantidad de hectáreas arrasadas, cincomiltrescientascuarentaydoscomasesentayseis.
Ahora que has caído en la cuenta, te parece que, definitivamente, falta bastante negro en la imagen. Quieres contribuir a ello. Pero te gustaría no tener que llegar al último recurso. Los bosques te gustan, pero no tanto como para eso.
Lo primero que se te ocurre es hacerte bombero, pero no puedes: te dan miedo las alturas. Lo desechas.
Miras a tu alrededor. Te acuerdas de la tarifa plana que acabas de contratar. Coges el móvil. Llamas al delegado de la Xunta, a ver si te dice en qué puedes ayudar. Su secretaria dice que no está, que se ha ido al fútbol. ¿Cómoooo?, le dices. A ver al Madrid, te responde. Ahora todo te cuadra: es ese tipo de persona. Cuelgas. Tienes que pensar más. Pensar más y mejor. Te das golpes en la cabeza. (¡No, contra la pared no! Con las manos, con las manos.
No consiste en partirse la crisma.) Te tranquilizas, respiras hondo, quieres evitar el último recurso. Eso es todo.
Barajas la posibilidad de organizar una manifestación gigantesca, ahora que la gente le esta cogiendo el gustillo a salir a la calle, estás seguro de que sería un éxito. Pero no sabes ni por dónde empezar, mailing masivo, a qué hora sería y dónde, contra quien es esta manifestación, quién va a hacer las pancartas, a quien hay que pedir los permisos, qué permisos hay que pedir... demasiado tomate. Además, razonas, muchas personas gritando no cambiarán que los árboles se hayan quemado. Y según estás pensando eso ya te estas arrepintiendo porque, amigo mío, eso, justamente eso, te lleva derechito al último recurso.
¡Mierda!, eso es lo que dices. Tendrás que plantar un árbol. 

Foto: MIGUEL RIOPA (AFP) en EL PAÍS

19 octubre 2011

Cuando las bicis hablan

Cuando las bicis hablan, dicen que están hartas de no tener su sitio propio, que con lo grande que es la ciudad, ya les podían hacer un hueco, que al fin y al cabo no ocupan tanto y ni ensucian, ni cagan, ni mean, ni suenan, ni huelen, ni contaminan, ni nada.

Cuando las bicis hablan, responden a esos coches monstruosos que parecen rodar gracias al claxon, diciéndoles que tampoco los todoterrenos están hechos para esta ciudad infestada de callecitas estrechas, que no sean tan ridículos. Y que si tienen que esperarse un poco y, durante 5 minutos, ir a 20km/h que se aguanten y tengan paciencia, que la calle es de todos.

Cuando las bicis hablan, responden a los ineptos que no, que no se habían dado cuenta de que esto no era Amsterdam, que el día menos pensado en vez de comer olivas iban a comer arenques crudos con la caña de después del curro. ¡No te digo! No. Les dicen que claro que esto no es Amsterdam, que allí no hay boinas. Y que nosotros, para librarnos de la nuestra, primero deberíamos librarnos de ese pensamiento simplón que sostiene que el coche (y el carné) es necesario y de ese discurso publicitario que martillea que sean la extensión visible del hombre hecho y derecho y que los asocian absurdamente con la libertad. Las bicicletas se preguntan qué leches tendrán que ver la ITV, el seguro, el garage, los robos, los choques, los partes, la gasolina, los puntos, los atascos y el túnel de lavado con sentirse libre.

Cuando las bicis hablan, les dicen a todos los peatones que quieren echarles a la carretera que eso es muy peligroso, que los coches van como locos, que si quieren saber de verdad cómo es eso que caminen por una de las vías cuando el tren viene por detrás, pitando. Y ya verán cómo se les ponen los nervios. Pero claro, los peatones no quieren saber nada, lo único que quieren es quejarse y molestar. Eso sobre todo.

Cuando las bicis hablan, se acuerdan de todas las compañeras que perdieron por el camino en accidentes, muchas veces, evitables. Se acuerdan de todas las lágrimas que vertieron al verlas hechas un amasijo informe de tubos, cadenas y piñones. Y se ponen tristes. Por eso, las bicicletas sólo hablan los últimos jueves de mes.

14 octubre 2011

Obús y Butrón, el binomio fantástico

El señor Obús iba un buen día caminando por la calle. Nada especial, salió a comprar el pan donde todos los días, a una tienda de barrio a cincuenta metros de su casa. Estando tan cerca la tienda, no solía cambiarse las zapatillas de casa, como aquel día. Total, ¿para qué?

Cuando iba a doblar la esquina se topó con el señor Butrón, un viejo amigo a quien había dado clases hacía años. ¡Menuda sorpresa se llevaron! El calambrazo de la impresión les dejó pasmados, mirándose fijamente a los ojos, durante un instante. Sin poder reaccionar. Cuando por fín se reconocieron, se abrazaron una y otra vez, pellizcándose las pieles ya flácidas del bajobiceps y golpeándose la espalda por detrás. (Al día siguiente, el señor Obús, más entrado en años, tendría moretones)

Sólo instantes después fueron capaces de relajar las sonrisas, para intercambiar algunas palabras. Torpes al principio, sinceras después.

- ¡Cuanto tiempo!
- ¡Y tanto!
- Deben ser... lo menos... lo menos... tres o cuatro años.
- Lo menos...
- Y bueno y que... ¿qué tal? -preguntó el señor Obús, emocionado- Cuéntame, hombre...
- ... - el señor Butrón seguía pasmado.

Todavía sonreía ampliamente, pero en el brillo momentáneo de sus ojos, el señor Obús, encontró un poso de pesadez, de rutina. Decidió empezar bien, entonces:

- Dejamé que te vea... Estás estupendo. Cómo se nota que te cuidas... Da gusto ver que hay cosas que no cambian.
- Bueno... si que intento cuidarme si... pero bueno, ya no soy el que era.
- Yo te veo bien, chico, no sé...
- Si, si estoy bien. Lo único es que, tu sabés, ya no es lo que era.
- Psssssclaro, menuda obviedad. Nunca es lo que fue, esa es la gracia de la vida...
- Entiéndeme, hombre, tu ya sabes de qué hablo, esto de haber pasado a la segunda plana... no sé, no es tan divertido, ni tan emocionante... Siempre estos días de otoño me hacen acordarme de aquellos días de gloria. Las entrevistas para la tele, verme en todos los periódicos cada día, estar en boca de vecinos, joyeros, restaurantes y ladronzuelos. Tú date cuenta, ¡que fui la estrella de la delincuencia de medio pelo!
- Si, ¿¡cómo olvidarlo¡? Todos hablaban de Butrón, la técnica infalible. Un poco aparatoso, quizás, pero tuviste a la policía dislocada una buena temporada. Anda que no me divertía yo leyendo la prensa esos días. Bueno, aún hoy me divierto cada vez que te veo. De aquellas lo comentábamos en clase, ¿te acuerdas?
- Y siempre nos decías que todo aquello era efímero, que todo tenía su fin. En mi caso aún no ha llegado ese momento, pero un buen día empecé a perder popularidad, empezaron a encarcelar a los ladrones y todo fue cayendo. Pasé de ocupar las portadas a llenar dos columnas miserables. Fue tan rápido... me dejó tan poco margen.... no sé, supongo que nunca interioricé tus palabras.
- Hombre, no te fustigues. Siendo como eres, Butrón, lo tienes complicado para interiorizar las cosas. Es tu condición de agujero.
- Vaya, tienes razón.
- Claro, pero bueno, mientras termina de apagarse tu llama, puedes ir buscando nuevos senderos. Ya verás - le decía el señor Obús, siempre optimista-, seguro que te puedes reciclar en otra cosa. Mírame a mí. Cuando terminó la guerra civil, mi actividad fue disminuyendo paulatinamente. Pero antes de tocar fondo, tomé otro camino. De mis tiempos de destino en Burgos, supe de unos pasteles de crema riquísimos y pesados como el demonio, todo sea dicho, que se llamaban obuses. Así que, terminada la contienda, no lo dude un momento. Me fui para allá derecho.
- Nunca me lo habías contado. Menudo cambio ¿no?
- Bueno, imaginaté, los primeros días aquello fue un sinvivir. Esas bocas ácidas, llenas de dientes y con esa lengua viscosa... al principio me resultaba repugnante. Pero, fijaté, luego me acostumbré. Al fin y al cabo, la vida es más amable en una vitrina que en el frente.
- Claro, eso sí...
- Pues eso, no hay que decaer, tienes que buscarte otra ocupación.
- Ya veo, pero no se me ocurre cuál.
- Pues eso es en lo que tienes que pensar.
- Ya... si quieres te invito a comer el sábado y me echas una mano. ¿Qué me dices?
- Pues ¿qué te voy a decir? que me parece una idea fantástica. Eso si, te advierto que con tanto azúcar y tanta crema pastelera como manejo, estoy a régimen, por el colesterol y eso.
- Eso no es problema, cocinaré algo ligerito. Hasta el sábado, entonces.
- Perfecto. Hasta entonces.

El señor Obús y el señor Butrón se dieron un apretón de manos enérgico, se abrazon y prosiguieron su camino con la tranquilidad de saber que se volverían a ver a los pocos días. En el universo de las palabras, siempre era una alivio encontrar un viejo amigo con quien charlar.

13 octubre 2011

Tragicomedia barata


Poniendo de por medio a ZP, a Moratinos, a Rubalcaba y al embajador de EE.UU, Llamazares consiguió que la CIA le pidiera perdón por usar su foto. Le dijeron que ya la habían quitado de sus páginas web. Palabrita. Y que sentían los pequeños inconvenientes que puede ocasionar que te confundan con Bin Laden en un momento dado. De corazón. Pero Gaspar no pudo irse de viaje a Libano, ni fue a EE.UU, ni a ningún otro sitio. El pobre temía por su seguridad.

¿Y la CIA qué ha hecho, pasado el tiempo? Pues lo mismo que los de Telefónica cuando no te hacen ni caso cuando te quieres dar de baja. Lo mismito. Han vuelto a usar su foto en otras dos ocasiones, haciendo que las narices de Llamazares se hincharan considerablemente, y no precisamente debido a un abuso del photoshop.

El hombre sigue temiendo por su seguridad y por su vida. Pero, lejos de compadecerle, la gente (ese ente) no le toma en serio: piensa que sólo tiene afán de protagonismo, que es un pesado que no hace más que darle vueltas al tema incansablemente. La opinión pública le vapulea como si fuera un pelele y se mofa de él con saña.

Lo que, salvando las distancias, me recuerda a mi amiga, que el otro día nos contaba con todo lujo de detalles el dolor que experimentó cuando su ano volvió a erupcionar, derivando en una almorrana. Nos dijo que sintió que se iba a partir en dos en cualquier momento, después de que su cuerpo temblase de forma compulsiva e imparable; y recuerdo cómo el resto de nosotros nos apretababamos el estómago con las manos, mientras nos reíamos a carcajada limpia. Más dramática se ponía ella, más nos reíamos nosotros.

Igual que le pasa a Llamazares: cuanto más sufre, más se burlan de él. De lo que deduzco que tenemos el sentimiento tragicómico de la vida muy arraigado. Sobre todo, cuando no se trata de nosotros mismos.

07 octubre 2011

Adiós, amor universal

Ya sé
que la violencia
no arregla nada.

Pero hay días
que...
¡te mataría!

Como hoy.
¿Quedamos esta tarde
pichurriiiiiiiiii?

06 octubre 2011

Costumbrismo

Los almendros este año están a rebosar, asi que tuvimos que emplearnos a fondo para recoger todo aquel fruto. A media mañana partimos hacia el Molino, así quedaron en llamar aquella tierra. Las tres, equipadas más mal que bien, pues sólo llevamos algunas cajas vacías y un par de ramas largas combadas, nos montamos en el coche cargadas de energía.
Al llegar allí, nos ibamos subiendo a los árboles por turnos. Una, desde arriba, vareaba, y las otras, desde abajo, recogíamos los cucos. Aunque se fueran al quinto lilaila, la consigna era no dejar ni uno allí tirado. ¡Ni uno!
Primero me tocó subir a mí, por ser la joven del grupo. Apenas estuve cinco minutos arriba, eché de menos una manga larga y unos guantes, pues las manos, de manejar el palo, me dolían, y los brazos, de agarrarme al tronco, se llenaron de arañazos. Debe ser que tengo la piel más fina, por ser de otra generación, porque ellas no se lamentaron en ningún momento.
- Por razones o por cojones, me dijeron, es el lema de las Palacín. Así que nada... me hice la dura, con tal de hacerle honor al apellido.
Después, se subió la Tía Lirio, que enseñándome lo fácil que era subir, ¿ves? pones un pie aquí y luego otro aquí, se subió ella.
- ¡Manda huevos! que con diez me temblaba todo y ahora con cincuentaytantos miramé aquí, subida al árbol, decía orgullosa.
En aquel momento se pensó la reina de los mares, o al menos esa fue la canción que entonó, sonriendo y balanceando las caderas a un lado y al otro, siempre desde las alturas.
Así estábamos, moviéndonos entre los almendros y comentando al tiempo los pormenores de la tarea. Hablábamos de lo díficil que era manejar ese palo reseco (que acabó partiéndose), del mareo que suponía agacharse a por cada uno de los almendrucos, ¡ay tantos que me está entrando hasta ansia!, de que antes ponían una lona en el suelo, pero que era peor el remedio que la enfermedad; me contaban algún trocito de su historia, del burro, de lo contentas que se ponían de pequeñas cuando los almendros se helaban; nos quejamos del calor que hacía y de las sudadas que nos pegábamos al trepar; pero, también apreciamos lo bonitos que eran los frutos de aquellos árboles, morados y verdes, y lo bien que se distinguían de la tierra seca.
De cuando en cuando, alguna encendía un cigarrillo.
- ¿Quieres un poco de cigarro chupao, hija?, me decía la Tía Lirio. Y yo, diciendo que me gustaban más con sustancia, lo cogía.
- Pues el caso es que tampoco hace falta darles muy fuerte, con tocarles un poquito ya caen. Pero claro, ¡hay que darles!, pensaba mi Momi en alto. Y yo, dándole la razón, dije que nos teníamos que echar un mango extensible, para poder darles. Pero eso ya sería por la tarde.El Molino está pegadito a la autovía así que no fueron pocos los camiones que, adivinando las siluetas de tres buenas mozas como nosotras en la planicie, nos pitaban saludándonos a su paso por nuestro lado. Nosotras, inmersas en nuestra tarea, hacíamos oídos sordos. Menos una vez: ya mi Momi estaba subida al árbol y la tía Lirio y yo, abajo, cuando uno de aquellos camiones nos regaló una estela de claxon grave y vibrante.
- ¡Hasta luego, majoooo!, dijo la una.
- ¡Que te la pique un grajoooo!, respondió la otra.
Y a mi una carcajada se me arrancó desde lo más profundo de las entrañas (¿de dónde saldrán las carcajadas?) inutilizando mi voz y mi hacer durante unos minutos.
- ¿De que te ríes simplón?, me dijo la una.
- Anda, pues deja que se ría la chiquilla. ¿No ves lo bien que se lo pasa ella sola?, respondió la otra.
Ni contesté. Explicar de qué me reía me pareció lo siguiente a obvio y, por otra parte, no pensaba que me estuviese riendo sóla, más bien lo contrario. Además, había un riesgo alto de atragantamiento.
Aprovechando la pausa-risa, decidí que iba a picar unos pocos almendrucos, que así, verdecitos, son un vicio que no se puede aguantar. Encima, estaba un poco cansada y necesitaba reponer energía.
- Pero no te pongas ahora a cascar, ya picarás en casa anda, me dijo la una mientras yo buscaba dos piedras.
- Pues deja a la chiquilla que se la casque. Pues anda, que si no te puedes comer unos pocos después de venir..., respondió la otra cuando yo ya me disponía a destripar a mi primera victima.
Repartí unos pocos, dos para mí uno para ellas, y seguimos con la faena un poquito más, tampoco mucho.
La tia Lirio se rozó en el ojo con una rama y veía todo nublado. Dijo sin inmutarse que seguramente se habría hecho herida, que ya le había pasado otra vez, que tendría que ir a ponerse una pomada. Pero, de momento, viendo que ella no se alteraba, lo tomamos con guasa. Encima de que habíamos ido mal preparadas, ¡ahora perdíamos un ojo! Recogimos las dos cajas llenas y volvimos a casa con el recao.
Dispusimos las cajas en medio de tres sillas y empezamos a pelarles, a quitarles la cáscara verdemorada.
- Hay que ver la de cortapichas que salen, hija, ¡hay más que mierda en Francia!, comentó la tía Lirio. ¡Ay!¿Y por qué diremos eso? Pues no tengo ni idea, estas cosas de las expresiones..., hablaba consigo misma en alto.
- A ver, calla un poco y echa la cabeza para atrás, que te eche suero en ese ojo, dijo mi Momi.
La tia obedeció sin requistar. Las gotas empezaron a caer en el ojo: una, dos, tres,cuatro...
- ¡Paraaaaaa que ya no me caben más!, decía la tía Lirio.
- Callaaaaa, que es para que limpie bien, respondio mi Momi sin dejar de echar.
La tía no pudo aguantar la presión y se tuvo que incorporar.
- Ven, que te ponga en el otro, insistió mi Momi.
- No, el otro lo tengo bien, no hace falta.
- Ven, que sí, ya que estamos...
- Que no hace falta.
- ¡Que si! ¡Venga!
Y la Tía, resignada, echaba la cabeza para atrás, otra vez.
- Joder, que tía, cada vez que abre una botellita de esas, me pone gotas cada dos horas. ¡Hasta que no se la termina no para!, decía la Tía entre risas con las mejillas encharcadas del líquido.
Mientras decía eso, mi Momi aprovechaba a ponerse ella suero en los ojos, pingando la botellita cosafina, no sin cierta ansia.
- Ahhhh que gusto, ay que ver cómo se limpian los ojos, decía Momi.
- ¿Ves?, ¿ves?, me decía la tia Lirio meneando la cabeza arriba y abajo, como buscando aprobación.
- Ven, hija, ¿tu no quieres unas gotitas?, me dijo mi Momi.
- Vengaaa, ponme cuarto y mitad, acepté.
Y seguimos con la tarea. La mar de bien, oye.

05 octubre 2011

Sgt. Pepper's

A veces que las cosas sean una patata tiene su aquel. Que la prensa estadounidense haya pasado de puntillas por el movimiento indignado, tiene gracia. Que ahora su referencia más cercana al movimiento 'occupy wall street' sea la primavera árabe, es de traca. Y que las autoridades caigan en los mismos errores (o aciertos, según se mire) para reprimir las protestas, no es más que la consecuencia lógica de toda esa patata entallada que es la (des)información.
¡700 detenidos! Ni en sus mejores sueños los manifestantes lo habrían imaginado mejor. Si hubieran sabido lo bueno que era eso para captar adeptos a la causa, habrían ido en fila india, las muñecas ya bien juntitas, diciendo ''oh, please, I want to be pepper sprayed or arrested instead''. Aunque quizás fue eso lo que hicieron. Nada mejor que una acción injusta contra esas pobres almas pacíficas para movilizar nuevas conciencias y sumar sus correspondientes cuerpos a las movilizaciones.
Ni Susan Sarandon, ni Michael Moore, con sus mejores intenciones, ni Radiohead tocando (o no tocando, más bien) en el epicentro del sarao, lo hicieron mejor. En este caso, la policía, a las órdenes de las autocridades fueron las celebrities más aclamadas.
Y es que, con la cantidad de barreras que tienen que saltar estos movimientos populares para conseguir algún éxito, se agradece que, de vez en cuando, haya algo de justicia poética, aunque sea en el campo de lo simbólico.