27 junio 2012

Cuatro mujeres y una lavadora

Cuando cae la fresca,
cuatro mujeres salen del portal. 
Antes de abrir la puerta
ya se oyen
sus risas
y sus voces. 
Entre sofocos
y empujones
bajan los escalones
de a poquito
hasta dar con la lavadora
en la calle. 
Las palabras
se les entrecortan
por el esfuerzo,
pero no las entiendo. 
Hablan una lengua
que no conozco,
pero me basta verlas
para entender
que están emprendiendo
uno de esos microproyectos
colosales. 
Miran a un lado y al otro
divertidas
como diciendo
pero quién nos mandará,
buscando
una furgoneta
una carretilla
unas ruedas
una polea
un forzudo
un milagro
algo. 
La tarea es difícil.
Y el suelo,
empedrado
y en cuesta,
no ayuda. 
Cansadas de llevar
el chacharro
a huevo,
intentan empujarlo
piedras abajo,
pero el metal se queja. 
Así que paran,
posan los brazos en las caderas
resoplan
y se ríen.
Por lo penoso de la situación,
o porque no sabían
lo que pesaba
una lavadora
o porque no sabían
lo mal que se coge
o por que no repararon
en el calor
que haría estos días. 
O porque sí lo hicieron
y quisieron ser valientes,
o porque no tuvieron más remedio,
dicen:
- Cuando no hay hombres,
buenas son mujeres. 
O quizás me lo dicen a mi,
que las sonrío
al pasar. 
Yo
que tantas risas flojas
de esas
me he echado.
(hubiera hombres o no) 

26 junio 2012

Matanza

Cuando esta mañana una cucaracha me ha dado los buenos días desde la bandeja del microondas he dicho basta. 

- Amiguita, este es el principio del fin. - le he dicho mientras tiraba su cuerpo licuado a la papelera. - Mi  tiempo libre caerá sobre vosotras.

Así, para empezar, he matado a cuantos cuerpos negri-rojos, negri-marrones he visto por los azulejos, por la encimera y por el suelo, que no eran pocos.

Después, dejándome llevar por la furia y sin ponerme guantes, he cogido el veneno, me he estirado todo lo que mis brazos daban de sí y he dejado caer los polvitos mágicos por detrás del calentador, el presunto nuevo nido. 

Cuando he terminado el bote, todavía en bragas, me he quedado mirando al calentador de frente. Los labios apretados. En las manos, dos trozos de papel higiénico. Y los pies, descalzos.

Apenas han pasado dos minutos, los cuerpos, ahora por partes blanquecinos, salían de su guarida en todas direcciones. Cuerpos diminutos, casi células con patas, camuflándose con el fondo de la pared. Cuerpos medianos y redondos, casi bonitos. Otros pocos ejemplares, difíciles de ver, cucarachas alargadas con doble cola, en fase de mutación a lagartija. Unas veces avanzando rápido, despavoridas. Otras, como aletargadas, arrastrándose por las juntas de los azulejos, buscando desesperadas resquicios de vida en el esquinazo del techo y en el borde de la encimera, sin encontrarlos. Arañaban cada mancha de la pared con las patas, como queriendo cavar una salida, pero no tenían nada que hacer. Hoy yo era la muerte, la despiadada que no mira para otro lado, la que no da lugar a contemplaciones, ni expulsiones por la ventana. Y hoy era su día.

Cuando he acabado con ese frente, poco a poco irían saliendo más, he visto como algunas más se escondían en el especiero. Antenas asomando por entre la cúrcuma y la albahaca. Patas caminando desde la nuez moscada hasta la ñora. Asco en el jengibre. Las especias de marruecos, no. 

Según iba sacando los botecitos de ahí, aplastando a cuantas pillaba y tirándolas a la basura, otras se escondían en los agujeros de los ejes de las baldas de al lado. Así que me he visto obligada a vaciar esa balda, también. Y moviendo cosas, cortando papel, aplastando, tirando, moviendo, limpiando, cortando, aplastando, tirando, moviendo y limpiando he pasado un rato, cuando, de pronto, una de esas pseudo-lagartijas decidía iniciar su exilio por el techo. Sorprendida por la maniobra y temiendo un ataque de pánico al imaginarme ese cuerpo seco, dando un paso en falso boca abajo, cayendo y enredándose en el pelo, he hecho un aspaviento, dando con el codo el frasco de aceite virgen extra de la cesta de navidad, suficientemente fuerte como para que el suelo se llenara de trozos de cristal, por entre los cuales se extendía poco a poco el oro amarillo.  

- Joder, ¡tenía que ser justo el aceite! - he gritado de la manera que grito cuando nadie me ve, alargando hasta el infinito la última vocal, como una auténtica demente.

Acto seguido, he disparado dos escobazos certeros al techo, matando al bicho, he limpiado el desastre, sin renunciar a cagarme en todo lo que se me iba pasando por la cabeza según iba recogiendo los pedazos y después, me he visto obligada a pasar al quitagrasas, un químico que, si bien no es especifico para esta tarea, me servía para ensañarme un poco más y llegar a lugares inaccesibles de otro modo.

Y así, entre abrasiones químicas, aplastamientos y disparos de escoba he concluido la parte sangrienta de la misión, matando entre doscientas y trescientas cucarachas esta mañana. La segunda fase, mucho más amable, ha consistido en poner trampas en lugares estratégicos, para terminar con ellas de una vez por todas. 

Si alguna vez creí en la reencarnación, lo hice con la determinación de que mi cocina no fuera testigo de ello.

13 junio 2012

Qué casualidad, aumenta la pobreza y el gasto policial

Este domingo día 10 las personas que vivimos en el barrio de Lavapiés nos manifestamos para protestar contra el abuso de las fuerzas policiales que sufrimos a diario.

La gota que colmó el vaso y motivo de la manifestación, fue una acción policial de la semana pasada, cuando dos agentes de paisano dispararon dos tiros al aire para detener a dos personas que estaban vendiendo CDs en la calle. Este hecho, si bien es desmedido y tremendamente peligroso, no es más que una muestra del abuso de poder de la policía con las personas migrantes de Lavapiés, que, a diario, se ven sometidas a redadas ilegales y detenciones racistas motivadas sólo por tener un color de piel distinto. 
Las personas no migrantes que integramos la Asamblea de Lavapiés, tampoco vivimos una realidad muy distinta. La policía, bajo las órdenes de la Delegación de Gobierno y la delegada Cristina Cifuentes, se empeña en criminalizar las acciones que emprendemos en solidaridad con estas personas que van a ser detenidas ilegalmente o, también, con personas que van a ser desahuciadas. Utilizan medidas intimidatorias como identificarnos, que después se convierten en medidas represoras cuando nos llegan las multas a casa o cuando, incluso, nos detienen sin justificación legal alguna, más allá de la desobediencia que siempre alegan. 
Desobediencia que no se puede demostrar y que muchas veces no es cierta. Esta misma semana unas compañeras han recibido una multa de 300 euros por desobedecer una orden que nunca se dio. El expediente policial dice que estas dos chicas se negaron a abandonar la plaza. Pero en realidad nunca les dijeron que abandonaran la plaza. Simplemente las identificaron, sin mas. (Ellas explican todo el caso aquí
Pero además de estas medidas que nos afectan a nivel individual, la policía también criminaliza las acciones del 15-M a nivel colectivo, interviniendo las formas, llenando de robocops y luces azules nuestras acciones solidarias y manifestaciones de denuncia, de forma que quien las observa desde fuera se incline más a pensar que somos personas peligrosas y no solidarias, que es lo que somos. Además, en el peor de los casos, quizás algunas personas atemorizadas, no se animen a participar en estas acciones. 
Por ejemplo, la manifestación del domingo fue acompañada por ocho lecheras y un coche de policía, además de un número incontable de agentes que, o bien iban a nuestro lado en la manifestación, o bien esperaban en algunos puntos del recorrido, como el Congreso y del Ayuntamiento, que habían sido vallados. (Todavía me pregunto para qué). Todos los agentes iban armados y totalmente equipados con cascos, protecciones y chaleco. Y por supuesto, no iban identificados, a pesar de estar obligados. 

Este modelo se está repitiendo una y otra vez en las convocatorias lanzadas por  el Movimiento 15-M de Madrid en los últimos meses. Por ejemplo, en la cacerolada de la noche del 15 de Mayo hacia la bolsa, llegué a contar 25 lecheras a la entrada del edificio.  
El Movimiento 15-M es pacífico. En más de un año de recorrido en Madrid no se ha incurrido en ninguna acción violenta. Así que ese despliegue de medios es, cuanto menos, innecesario. Teniendo en cuenta el contexto de crisis que vivimos, y que esos recursos los pagamos con nuestros impuestos, es un acto irresponsable. Teniendo en cuenta el discurso de austeridad con el que martillean aquí y allá, es incoherente. Y teniendo en cuenta que la policía debe ir identificada y no lo está, es ilegal y, por lo tanto, denunciable. Denuncialó. El número de identificación permitiría poder denunciar los graves abusos policiales que se están cometiendo. 
Sólo en la celebración del aniversario del Movimiento, 28 personas fueron detenidas y 560 fueron identificadas. Se produjeron detenciones tan arbitrarias como que algunas de esas personas no tenían nada que ver con las manifestaciones. Sin embargo, en algunas de estas detenciones se produjeron agresiones físicas. Una de las personas agredidas fue Marta. Los periodistas también se quejaron de sufrir impedimentos en el desarrollo de su profesión: informar. Y, por mucho que Cristina Cifuentes lo intente negar, represión existe y no está justificada.   
Conocemos nuestros derechos, nuestras acciones están recogidas como derechos en la Constitución Española, así que la intimidación y la represión a la que nos someten, no tienen ningún efecto en nosotras. Más allá de hacernos perder tiempo recurriendo las multas o de cabrearnos, no nos van a hacer desistir de nuestras reivindicaciones, que además creemos justas desde un punto de vista humano (ese punto de vista que los mercados no tienen). 
Por eso estamos trabajando para encontrar la manera de poder financiar nuestra defensa de esta represión absurda y poder seguir adelante y fuertes con nuestras acciones. Sin miedo.

 Fotos: Juan Martín Zarza
El lunes 11, hubo una charla sobre represión en el Ateneo. Este es un pedacito sonoro y este un pedacito dibujado.