31 julio 2012

#21

Después de tantos intentos fallidos, probó a escribir aquello que tanto ansiaba en la niebla. Por si acaso solidificaba. 
 Foto: Eugenia Raskopoulos

20 julio 2012

Manifestación contra los recortes #19J

Ayer se había convocado una manifestación para protestar contra los recortes. Después de la movilización de los funcionarios del domingo y las concentraciones de los días siguientes en numerosos puntos de Madrid y por distintos colectivos, todo apuntaba a un éxito de participación. Cosa que efectivamente se dio. ¡El recorrido de la manifestación ya estaba cubierto de gente a la hora de partida!

Muchas personas que no suelen participar en movilizaciones de este tipo, ayer se sumaban a la convocatoria. Paseando por las calles de Madrid se podían ver enfermeros, doctoras, profesores, personas invidentes, actrices, productores, técnicos de la televisión y el teatro, personal del samur, policías, niñas, bomberos, personas desahuciadas, ancianos, militantes en partidos políticos como Equo o Izquierda Anticapitalista, activistas del 15M, banderas y banderas de sindicatos, montones de siglas desconocidas para mi y quien sabe cuántos colectivos más que quizás no vi. Ayer era una manifestación de todas las personas, porque todas tenemos de qué quejarnos. 

Y todo iba bien. Yo me fui moviendo por aquí y por allá y no vi ningún incidente raro. La gente hacía lo que se hace en las manifestaciones: silbar, gritar, cantar, caminar, aplaudir. Esas cosas. 

Después de un rato parada, viendo pasar gente y gente, subo por Gran Vía y, bajando por Callao, llego a Sol, donde me encuentro un suelo lleno de espuma y bomberos recogiendo mangueras. La plaza está atestada y la gente está tranquila y supongo que cansada. Ya se cumplen cuatro horas de manifestación. Me encuentro con un compañero de la Asamblea y está tan contento como yo de que por fín todas las personas salgan a la calle, de que hoy haya costado ver al 15M entre tantos colectivos. Me despido de él y me doy otra vuelta por Sol. De la fuente ahora mana espuma. Otro golpe de efecto de los bomberos, que pasan pitando por la plaza con el camión, entre los aplausos de la gente. Montones de furgones de policía están en la plaza también, pero nada apunta a que vaya a haber cargas. La gente está tranquila, charlando, tomando una cerveza, colgando carteles, haciendo fotos a la fuente, jugando con la espuma... 

Me voy a Cedaderos. Al llegar me asusto. Un coche de policía da marcha atrás hasta la plaza Canillejas. Objetos caen sobre el capó. La gente les grita. Luego me explican que el coche ha entrado por la calle, atestada de gente, cosa que se interpreta como una provocación. El coche se va. Poco después la gente empieza a correr, sin razón, despavorida. La plaza, un segundo antes concurrida, se queda vacía. El nerviosismo general contrasta con la tranquilidad del director de la Solfónica, a quien veo charlando con un amigo, como si nada, en mitad de la plaza.

Entro en el meollo. El despliegue policial es impresionante. No puedo si quiera contar cuantas lecheras y agentes hay. Por lo visto, han arrestado a dos bomberos que están en Moratalaz y después de un rato de negociaciones con la policía, los bomberos se van. La gente dice que van a cargar, pero yo no me lo puedo creer. Más allá de llamarles 'esquiroles', 'hijos de Fabra' y los típicos 'haber estudiao', no pasa nada más. 

Apenas pasan unos minutos de la marcha de los bomberos y la gente empieza a correr despavorida. No se qué pasa. Me dan un golpe en el codo y el móvil cae al suelo. La gente lo pisa, lo arrastra y yo lo sigo con la mirada. Mis dos amigos me gritan, quieren salir de ahí, pero conmigo. Suenan disparos. Por fín puedo coger el móvil del suelo y salimos corriendo por la calle del Príncipe, donde la gente al pasar va tirando contenedores en mitad de la calle. De pronto, incendian un conjunto de ellos. La gente está muy nerviosa. Apenas hace falta ver a una persona correr para que todos hagamos lo mismo, por si acaso. 

Una persona sale de un comercio con un extintor, a apagar el fuego. Después, llegan los bomberos para terminar de extinguirlo. Entre el humo y el polvo, vuelven a sonar disparos y salimos de la Plaza Santa Ana corriendo, otra vez. Los guiris que están en huertas no entienden nada. Sólo oigo decirles 'What the fuck!', 'what the fuck!' 

Estoy nerviosísima, pienso que son capaces de todo. Han cargado sin motivo aparente. O quizás ha pasado algo que no he visto... no se, en cualquier caso pienso que para disolver una manifestación primero podrían probar a decirlo con un megáfono. 

Nos vamos a la calle Atocha a tomar una cerveza, lo necesitamos. Y vemos cómo llegan ocho furgones, de los que bajan cinco agentes de cada uno, armados con pistolas. Salen corriendo camino a Lavapiés. No entiendo nada y estoy preocupada, pero no puedo volver a meterme en el jaleo, estoy muy nerviosa. 

De pronto veo a un compañero de la Asamblea. Me cuenta que él estaba en Cedaceros, en primera línea, así que le pregunto si alguien les ha tirado algo a los antidisturbios, si hubo algún motivo para cargar. Me dice que no, que él no ha visto nada raro. También le pregunto cómo está la cosa en el barrio y me dice que viene de la Plaza Lavapiés y que está todo tranquilo. Respiro de alivio. 

Pero hoy veo que en Lavapiés los antidisturbios han vuelto a propasarse, sin motivo, que han herido a personas, sin motivo, que andaban por las calles buscando algo que no existía, como perros rabiosos. Y me pongo muy triste de ver que una manifestación multitudinaria y ejemplar termina así, de esta forma tan fea e injustificada. Una vez más, los antidisturbios se convierten en prodisturbios. Una vez más, siento impotencia.

Os dejo un par de vídeos de las cargas en Cedaceros y alrededores y en Lavapiés

Por supuesto, hay que denunciar la actuación injustificada de la policía, pero prefiero terminar con lo importante: que ayer fue un día grande, en el que muchas muchas personas salieron a la calle a protestar pacíficamente. Así que también os dejo algunas de las fotos que hice durante el día. Casi todas, como casi todo lo que ocurrió ayer, bonitas, en positivo, sumando.

Ver todas las fotos

17 julio 2012

Zahara

Dan las nueve y algunos quieren irse. Apenas falta una hora para que el sol se ahogue en el mar y otros decidimos quedarnos a verlo morir. La temperatura es agradable. Corrientes de aire caliente se intercalan con otras más frescas. En la playa apenas quedan cuatro o cinco grupitos de personas. Si nos callamos, nada nos impide escuchar el sonido del mar, limpio, libre de taras. 
Jugamos unas palas en la orilla. A veces, el aire se lleva la pelota lejos. Mientras vas a recogerla miro al mar. Algunos rayos rosados se cuelan en las olas antes de romper y me quedo hipnotizada. En esa mezcla de colores, una hoja es arrastrada en un giro de trescientos sesenta grados. Una hoja, una piedra, un alga, cualquier cosa. Parece que invadieran la transparencia del rulo de la ola para revelarnos algo. Y aunque no se descifrarlo, parece que nada fuera casual. Pero eso dura solo un segundo y después, espuma. Metros y metros de espuma que vuelven a ser agua un momento antes de acariciarnos las plantas de los pies. 
- ¿La última y nos bañamos? - me preguntas.
- Venga. Tenemos que acabar con una jugada espectacular - respondo. 
Lo intentamos tres veces pero sólo nos salen cosas normales. Ninguna carambola. Ningún toque de emoción. Ningún revés imposible ni nada, así que desistimos de buscar un final apoteósico. Hincamos las palas en la arena y me quito el pañuelo del cuello y lo dejo en el bolso. 
- No debería bañarme. Me duele la garganta. Pero oye, es el último día. - pienso en alto. 
Tú sonríes y me dices: 
- ¿Una carrera? 
Y respondo echando a correr hacia el mar. Uno, dos, tres, cuatro y treinta zanzadas antes de sumergirnos en ese agua helada. Desde dentro del mar se puede ver cómo los reflejos de luz rosada se elevan sobre la superficie del agua sin rozarla. Desde el agua se aprecían a la perfección esas dos capas. La real y la mágica.  
No hay dinero que pague esta sensación, recuerdo esas palabras pronunciadas por otra persona en otro lugar en otro momento. Y me transporto a él. Me sumerjo bien profunda en el agua, hasta tocar el fondo del mar con las manos. Y en mi ascenso a la superficie la melena se peina hacia atrás. Me quito el agua salada de los ojos y me acaricio el pelo, suave. 
(si la peluquería fuera algo parecido a eso, iría mucho más a menudo) 
Miramos al sol. Te parece que está enorme hoy. Te preguntas si caerá al mar. Observas una silueta de una persona mirando el atardecer a lo lejos. Es verdad. Te enseño que ahí, a lo lejos, hay una roca plana y que antes he visto a dos personas que parecían caminar sobre el agua. Y un perro. ¿Un perro? Si. Un segundo más tarde, te entretienes cogiendo olas con el cuerpo. Y quieres enseñarme. Y me explicas cuatro trucos. Y te veo coger un par de olas mientras yo me dejo flotar, miro la luz en el agua, el sol, las sombras, la arboleda salpicada de casas blancas, las gaviotas, que ya empiezan a llegar.  

- ¿Quieres seguir cogiendo olas? - te pregunto.
- No, quiero que las cojas tú - me respondes. 
Esa repuesta me sorprende. Te cuento un par de batallas que ilustran que a mi las olas no se me dan bien. Te confieso que sólo quería alquilar una tabla de body para pegarme unos tripazos. Y sonríes. Salimos del agua, sacudimos las toallas de arena y nos las echamos encima. Subimos un poquito arriba de la arena, para poder ver cómo el sol se sumerge en el agua. Cosa que sucede un rato más tarde no sin antes llenar el cielo de una estela rosada, azulada, verdosa, amarillenta, preciosa.  
- Un amanecer y un atardecer. No es mala despedida... - digo.
- Ya ves. Hoy ha sido una tarde perfecta. No se qué prisa tenían estos. 
No entiendes que se hayan perdido este espectáculo. Y yo tampoco. Pero eres tú quien dice esas cosas que ya nadie dice. Y en el horizonte apenas queda una franja de luz naranja sobre azul, que se hace estrecha, más estrecha, apenas un punto, un puntito y FIN.

07 julio 2012

La una

Cuando el Sol
no fabrica sombras
una ola trae
un alga
a la orilla 
Y otra ola
y otra alga

06 julio 2012

La gaviota, el choco y Abel

- Mira, mira, mira la gaviota
¡que se ha cazao un choco!

Y el Abel que echa a correr a la orilla
para arrancar el choco del pico la gaviota.

Y al que le dicen 'el Paolo' pero se llama Germán, dice:
- ese choco está fresco.

Y la gaviota que se queda suspendida en el aire
aún en la orilla
mirando el choco que ya no se va a comer.

04 julio 2012

La magia existe

Esto era un sábado. Y estábamos en el patio de un colegio pasando la tarde. Yo y unas cuantas monitoras más con un grupo de jóvenes con discapacidad intelectual. Aunque sospecho que esa palabra, discapacidad, no sea más sea otra de las convenciones erróneas que asumimos sin pensar, sin conocer, nosotras, las personas capaces. 
Y bueno, ya habíamos terminado de merendar, ya nos habíamos saludado entre todas, cada una a su manera y nos fuimos a bailar. Porque esa tarde había organizada una verbena. Alrededor había mucha gente, muchas familias, niños que jugaban al fútbol y niñas que bailaban como locas. Y ahí estábamos nosotras, en mitad de ese jaleo, pasándolo bien. 
De pronto, Jesús no estaba a gusto ahí parado y quería caminar un rato por el patio. Como yo sé que es feliz así, escapista, me alejé del grupo para acompañarle. Jesús es un chico muy listo porque sólo pronuncia las palabras que le gustan. Ocasionalmente, si tú le dices una palabra, él la repite, pero por lo general él sólo dice verde, amarillo, globo y choca, para que le choques los cinco.  
En nuestro paseo por el patio Jesús intentó robar pelotas de aquí y allá, hasta que un hombre nos dejó la suya. A Jesús le encanta jugar a la pelota. Así que nos pusimos a jugar un rato. Él a dos metros de frente a mi, lanzaba la pelota altísima, que botaba en medio de los dos y llegaba a mis manos perfecta, sin que yo tuviera que moverme un ápice. En cambio, yo tuve que lanzarla unas 30 o 40 veces mal para poder devolvérsela en las mismas condiciones. Seguramente Jesús pensó que yo era un tanto incapaz, pero como no le gusta esa palabra, no me lo dijo. 
De pronto, tuvimos que devolver la pelota a su dueño, así que, retomando el paseo por entre la gente y dando la vuelta al patio, dimos con una pareja, un niño y una niña, que estaban jugando al baloncesto en una canasta sin canasta. 
Jugaban uno contra uno, tiraban a la esquinita del tablero y celebraban las canastas como si fueran de verdad. Tenía el niño el balón en las manos, cuando Jesús se le acercó con la boca bien abierta y los brazos extendidos hacia la pelota, como un robot. El niño me miró perplejo. 
- Sólo quiere dar un par de botes con la pelota. ¿Se la dejas un ratín? Luego te la devuelve- le dije. 
Y el niño, asintiendo, se la dejó. Mientras Jesús botaba la pelota, él le miraba atento, curioso, de un modo parecido al que mucha gente emplea para mirar a Jesús, incluída yo el primer día. Por suerte Jesús no se fija en quién le mira y menos en ese momento, tan contento como estaba botando la pelota. Un bote por cada veinte segundos, Jesús se mueve como si tuviera que pensar antes cada movimiento. Después de unos minutos, le devolví la pelota al niño. Y, antes de dar otro paseo, le dimos las gracias. 
Rodeamos nuevamente el patio, por si había alguna novedad, y volvimos al mismo sitio. Esta vez era la niña quien sostenía la pelota. Y otra vez que Jesús se acerca a ella, hacia la esfera mágica, las manos en alto, como un robot.  
- Por favor, ¿le puedes dejar la pelota otro ratito?- le pregunto a la niña. 
La niña me mira, asiente y le deja la pelota a Jesús, que la bota, que me mira, que mira a la canasta sin canasta, que me vuelve a mirar, la niña le sigue mirando y a mi, por turnos. Jesús bota la pelota de nuevo, mira la canasta, me vuelve a mirar con cara de pillo, vuelve a botar la pelota y tira a la canasta sin canasta. La pelota rebota en el tablero y vuelve a él. 
- ¡Menudo canastón! - dice la niña.
Y Jesús coge la pelota, se acerca a ella, le ofrece una palma abierta y le dice: 
- Cho    ca.
Y la niña, choca. 

03 julio 2012

Señales

En este mundo, el viento puede cambiar de rumbo de un momento a otro.

Haruki Murakami     
1Q84

02 julio 2012

Roche

- ¿Pero esto qué es? oy oy oy este coche está fatal. 
 Y arrancamos después de los mil contratiempos que teníamos previstos para por la mañana. Ese mail que no he enviado, ese dinero que no he cogido, ese agua que no hemos llevado... Y avanzamos por la carretera sin acelererar en las curvas. Divertidos por ser un peligro público en cada rotonda. Bendita trócola. 
Al llegar, una veleta me recuerda que las señales están ahí, para quien las quiera verPero yo no las quiero ver. No las quiero hacer caso. Hoy no. 
Hoy quiero disfrutar de ti y de mi, juntos otra vez, nutriéndonos de los colores y las texturas que la naturaleza nos regala, sin condición. Escucharte, que me cuentes, contarte. Compartir risas entre baño y trago. Parar el tiempo en la siesta. Congelar recuerdos, quemarnos la piel. Disparar fotos turbias. Numerar las olas y perder la cuenta. Pensar que en algún momento podríamos dejar de ser dos. Fruncir el ceño al pensar que para eso primero tendrían que dejar de venir a aplastarnos como si fuéramos cucarachas. 
Ponernos tristes al atardecer.
- ¿Un baño y nos vamos?
- Enga. 
El mar es ya muy bajito. Pero disfrutamos de ese último remojón y de las olitas, a las que obligamos a llenarnos la piel de algas, una vez más. La vista naranja de vuelta a la toalla, me llena de energía, me carga, me recuerda los colores que no existen allá de donde vengo, donde todo es gris y sintético, y los disfruto y quisiera comérmelos. 
Recogemos las cosas y empiezas a caminar y veo que me llevas por donde yo no quiero ir. 
- Mira, que no quiero demorir. - digo pensando en mi perenne pánico a partirme la cabeza con un canto. 
- Pero si hoy no es día para demorir, Dorita - dices mientras me das la mano, aupándome.
Y subimos por esa escalera sin peldaños, saliendo de ese lugar que parece que un día alguien pintó y barnizó con una capa de un producto especial para que no se destiñera. Y volvemos a mirar lo que dejamos. Y volvemos al coche, al caer el sol. Y volvemos a pararnos en rotondas, y volvemos a perdernos, y volvemos a Rota pasando por Cádiz y por quién sabe cuántos sitios más, y quién sabe por qué no pasamos por Badajoz, y el coche se para y nos bajamos y vemos la película de la tele. 
Julia Roberts es tu actriz favorita. Pero yo te quiero igual.
Roche en fotos.