07 julio 2016

Tres en Lires

Dos adultos, un niño
tres tablas, un mar
dos aguas, tres olas
tres
un domingo.

Tres buzos, dos aletas,
dos pies, seis aletas,
tres gaviotas,
tres
y la mar que sube.

Una islita
que ya no
una furgo
que ahora sí. 




06 julio 2016

38. Do rostro

El mar ruge olas
bambolea el viento
y un sol redondo.

Bello

El aire sabe distinto
sobre la piel desnuda.
El Sol suena distinto
con las olas de fondo.
Ningún lugr mejor que este
Ningún momento mejor que ahora
para reconocer tu belleza. 

05 julio 2016

Hermita de San Guillermo y una campana

Ruta circular y corta. Quien la publica en internet hace un elogio de los paseos calmados, tranquilos. Dice que en algún de la ruta se visita una hermita. Nunca me interesaron las hermitas, en cuanto a lo arquitectónico se refiere (soy un producto de la E.S.O) pero el resto de la oferta me interesa: paseo tranquilo, corto y circular visitando un lugar con una energía especial.

Pongo la ruta en el móvil. Pero, como no conozco Fisterra, prefiero utilizar el GPS de los pueblos para encaminarme. La segunda persona a la que pregunto me dice que hermita allí no hay. Que San Guillermo no existe. Que allí nada más que hay la iglesia que tenemos de frente y un faro, el faro. 'Y se va por aquí'. En ese momento me doy cuenta de que no he podido elegir mejor ruta.

Cojo la carretera, según me indica el tercer lugareño, y después, mano izquierda, mano izquierda. Con ayuda del mapa de Wikiloc decido perderme en la primera intersección que pillo. Aún no se ha inventado la ruta que yo pueda seguir sin perderme, así que 'tampoco la voy a inventar hoy', pienso. Dejo la pista asfaltada y tomo un camino pedregoso, húmedo, lleno de vegetación a los lados y, más a los lados, bosque. Bosque de pino y algún eucalipto oloroso.

Me cuesta abandonarme a mis pasos, me cuesta apagar la cabeza, así que comienzo a agradecer a cada planta, a cada bichito, a cada árbol que me cruzo su presencia. Gracias, gracias, gracias. Lo bueno de ir sola es que puedo decirlo en alto (sin que nadie me juzgue). Gracias, florcita linda. Gracias, árbol hermoso. Gracias por acompañarme en este camino. Gracias por estar ahí. Y así, a través de la voz en alto, las flores, los árboles, los bichitos se enteran mejor de lo que digo y, así, a través de la vibración, los nubarrones se espantan de mi cabeza y mi atención se posa directamente en cada flocita amarilla, la de pétalos más largos y más comunes, la de pétalos alargados con motas naranjas, las moradas, primas del cardo mariano, los abuelitos, las azules-moradas chiquitísimas que crecen a ras de suelo. Las capuchinas rojas (ah... Me encantan!), las trompetas moradas, las espigas con forma de larva... saludo también a las zarzas con mis espinillas y les agradezco que las arañen con tanta suavidad. Y me sonrío como la niña traviesa que soy, porque cuando llegue a casa tendré 'heriditas de guerra'.


Un sonido detiene mi marcha. Una campana. Desde que hice el curso de Mindfullness (casi) siempre que oigo una campana me paro. Me paro y respiro tres veces. Y después, continuo mi camino. Esta vez, la campana vuelve a sonar después de cada tres respiraciones profundas. Así que permanezco ahí un rato obedeciendo el mandato de la campana.

El silencio de mi parar me conecta con los pájaros. Los del bosque, más cerca, que se mezclan con el sonido de las gaviotas, más lejos. Sonrío. Me siento presente. Abro los ojos y me veo rodeada de naturaleza por todos los flancos. Nada más allá de mi ropa me recuerda de donde vengo. Tong.

Después, continuo caminando con la campana sonando cada tres respiraciones profundas. ¿Cómo puede ser que antes no la oyera? Quizás comenzó a sonar justo cuando yo apagué la cabeza. Aunque lo más seguro es que ya estuviera sonando antes y yo no la oyera por tener los pensamientos nublados. Esas cosas bonitas pasan. Pero te las pierdes por tener la cabeza nublada, no es habladuría zen.

Sigo el 'camino' hacia arriba. De pronto, como realmente no voy a ningún sitio, me paro y me siento en una roca. Y observo. El sendero flanqueado por pinos y detrás la bahía, el monte al fondo rasgado por las carreteras, la playa blanca y aqui, abajo, las barcas amarradas, los tejados naranjas, la lluvia cayendo sobre mi piel arañada (y la claraboya del cuarto abierta) y las campanas de fondo. Tong.

Una mariposa negra y naranja vuela sobre mi cabeza y viene a posarse sobre mi rodilla izquierda.
- ¡Hola, bonita!- le digo alegre.
Y sea va. Tong. Yo también.

Al volver observo con más atención que antes, curiosa, pequeños grupos de gotas de agua reunidas, suspendidas a poca distancia del suelo. Las observo y pienso 'matrix', ¿porqué no caerán esas gotas al suelo, o a las hojas como todas las demás? Observo un poco más y descubro una telaraña debajo de ellas. Es bonito observar esas reuniones de más de 20 gotas desobedientes, ahí, sin haber hecho la comunicación pertinente a Delegación de Gobierno. No se si aquí la ley mordaza aplica... Tong.

Deshago el sendero salvaje y vuelvo de nuevo a la ruta que promete, así decía un cartel, llevarte a la hermita. ¿Existirá o no existirá? El camino está cómodo para pasear, también para ir en coche. Es ancho y es de grava fina, aplastada. Es fácil de caminar porque no requiere que vayas mirando al suelo a cada paso. Es el camino ideal para ir acompañada de alguien que procure una charla tranquila, de esas que animan a arrastrar los pies con las palabras, a dejar caer las caderas bien a un lado y a otro, como estrenando falda. Es un camino hermoso, rodeado de vegetación y sin embargo, está vacío. En mi camino a la hermita solo me cruzo con una pareja y un perro. Llevan exactamente ese ritmo de conversación y de caminar. El resto de la gente está subiendo y bajando al faro.
De pronto el camino se bufurca a la izquierda y unas marcas hechas con una llave o con una navaja, estilo compadre, te indican que es por ahí que se llega a la hermita. Así que sigo por ahí. A escasos 50 metros me recibe un buen conjunto de rocas, gordas, con cierto color de líquenes, bellas, bien puestas, redondas, preciosas. Y un cartel explicativo. Lo leo. Aquella mujer tenía razón. Hermita lo que se dice hermita allí no hay. Hay restos de lo que fue una hermita destruida en el siglo XVIII y que antes fue un lugar de culto pagano al Sol y a la fertilidad. Dice que en un roca antropomorfa venían las parejas estériles a concebir criaturas. 
Ahora que ya no suenan las campanas me subo a un roca y medito. La vista es hermosa, así que antes de cerrar los ojos miro bien todo ese mar de frente, siento esa roca debajo y observo la que creo que es esa roca de la fertilidad. Pienso en lo bonito que sería ir allí a fertilizar. Cierro los ojos y respiro. Antes de irme siento una especie de respeto que me impide entrar al recinto, queseyo, pero finalmente entro. Recorro los restos de los muros de aquella hermitita, observo la piedra y casi a punto de irme, descubro bajo la roca grande ramos de flores silvestres. Me conmueve la imagen. ¿Quién dejaría aquí esos ramos? Quizás parejas que no pueden tener hijos, quizás parejas metidas en tediosos procesos de adopción, peor aún para solteras, quizás alguna mujer a quien la fecundidad in vitro no le funcionó, quizás alguna mujer después de haber sufrido un aborto, quizás un padre a quien unas leyes o una mujer injusta le apartaron de su hijo. Hay tantas historias rotas...
En facebook solo salen las historias bonita de maternidad. La vela de su primer cumpleaños, las vacaciones en el mar... ¿Quien se acuerda de las historias que quedaron atrás, escondidas? ¿Quién? Eso pienso cuando pongo rumbo a casa de vuelta. Eso y que quienes tienen retoños se tomen el tiempo de respirar y de sonreir. De dar gracias. Porque para eso la vida nos es dada.