¡¿Quién fuera gallina?! - dijo Ángela después del parto.
Ilustración: IRMA GRUENHOLZ
No sé porqué narices Dani eligió esta peli de 2009. ¿Una de extraterrestres? La vi porque pensé que me quedaría dormida en el minuto 3.
Empieza la historia. Una nave instalada en el cielo de Johanesburgo (después de NY, no hay más ciudades en el mundo) y debajo un ghetto de extraterrestres salvajes con cuerpo de insecto. Una comisión tiene que entrar en él y hacer que, uno a uno, todos los bichos firmen una orden de desahucio. ¿?
Una maraña de géneros se entremezclan sin concierto: falso documental, reportaje periodístico, comedia romántica, thriller... para conducir la historia del protagonista, un antihéroe con todas las letras, un pusilánime de constitución frágil con la habilidad de elegir siempre la opción incorrecta y al que me dieron ganas de matar varias veces. Eso me mantuvo despierta, al principio.
Después, ya sabiendo que estaba ante una película pretendidamente estúpida, la trama: Una mutación histórica, la inmoralidad humana y la brutalidad tribal en su intento de explotarla; la inteligencia de un bicho y su hijo pequeño, no menos inteligente, con su plan para escapar de la animalidad de sus semejantes y, por otro lado, el suegro del protagonista engañando a su hija, estúpida perdida también, que no hace sino complicar más al pobre patán (que ya bastante tenía con lo suyo). Oye, curioso.
Ah! y claro, que esto es ciencia ficción... ejem. Los efectos especiales impecables. ¡La mutación se ve a tiempo real! Laleche.
La recomiendo. Me sorprendió mucho.
Por fin os puedo enseñar estas fotitos que echamos en una tarde de primavera. Que sudor y lágrimas me ha costado sacarlas adelante. Espero que os gusten.
La serie entera aquí.
Si hubiera sabido que ese beso se iba a congelar, seguramente, habría elegido a alguien más guapo.
- La congresista amaneció desnucada en la bañera. Demasiado fortuito, pensaron los servicios de inteligencia.
- No sabe nada y encima es más feo que un plantón. Fumaré otro cigarrillo. Cuanto más humo, mejor. - rumiaba la espía de labios rojos.
- Un liguero de encaje y un carrete sin revelar. Las pistas eran tan sugerentes que el detective olvidó que investigaba un crimen.
- Forense: El contenido de su estómago esclareció la causa de la muerte. Sesos y mermelada. Tuvo que morir de asco.
- Oye, Romi, ¿soy yo o toda la gente me mira como si me quisiera devorar?
- ¡Guau!
- Ya, yo tampoco lo entiendo.
![]() |
Dos momentos de la protesta mundial del 15O en Madrid. |
![]() |
Un momento de la Asamblea de lavapiés. |
Los ojos le hacían chiribitas. Mister japi se encontraba mareado. Ya iba siendo hora de dejar de mirar por el caleidoscopio.
La jugadora número 11 miró el marcador.
Apoyó los codos en los muslos,
bajó la cabeza
y resopló.
- ¡Perdemos 16 - 48 y aún nos queda otra mitad!
farfulló.
La número 9,
que la escuchó,
levantó la mirada
y le advirtió:
- ¿Pero qué dices, empanada?
Lo que estás mirando
es el reloj.
Y la número 11 pues...
¡se animó!
La mujer confiada desabrochó, uno a uno, los botones de su camisa. El doctor palpó sus pechos con esmero. Poco después le explicarían cómo eran los verdaderos test psicotécnicos.
Y el consumismo devoró a la conciencia. FIN.
- No hay brújulas que indiquen el sentido de la vida y Steve Jobs ha muerto..., se lamentaba el hombre contemporáneo.
Soñaba con incendiar bancos de peces. Tras intentarlo mil veces, el pirómano utópico desistió. Terminó quemando uno normal.
La palabras del Sr.Ahorrasaliva se vendían caras. Siempre que hablaba, tenía algo que decir.( Este último fue seleccionado entre los 100 mejores. Así que no quería dejar de compartir mi microalegría con vosotras, mis queridísimas cobayas.)
La noche habia sido larga. La cabeza le hacia dumdum. Puso un disco de Mark Lanegan. Se había levantado con mono de voces graves. Esa mañana.
Al apoyar la cabeza en su pecho, una leve arritmia le advirtió de una herida reciente. Siguió jugando con los pelillos de su pecho, entreteniéndose con las pecas de su piel. Después, huiría del contagioso desamor. Ya, sin dar portazo.
Cuando, agarrándole del pelo, le dieron caza, la melapelista se arrepintió de no haberse depilado los sobacos.
El hombre contemporáneo se compró una lupa introspectiva. Se había dado cuenta de que no se conocía a sí mismo.
Ves esta imagen, vertical. Das al scroll hacia arriba y hacia abajo un par de veces, para verla bien. La vibración del color naranja te llena de energía, primero. La negación del calor, el negro, te hace sentir triste, después. Mucho naranja para tan poco negro, piensas.
Y eso que aún no sabes nada. O sí, lees las noticias y además no eres tonto. Sabes que eso es un fuego. Y que nadie asará chuletas. Sabes que eso es Galicia, que es uno de los doscientosdieciséis incendios que se produjeron el pasado fin de semana. Prefieres ver el número escrito, porque así se hace más honor a la cantidad de hectáreas arrasadas, cincomiltrescientascuarentaydoscomasesentayseis.
Ahora que has caído en la cuenta, te parece que, definitivamente, falta bastante negro en la imagen. Quieres contribuir a ello. Pero te gustaría no tener que llegar al último recurso. Los bosques te gustan, pero no tanto como para eso.
Lo primero que se te ocurre es hacerte bombero, pero no puedes: te dan miedo las alturas. Lo desechas.
Miras a tu alrededor. Te acuerdas de la tarifa plana que acabas de contratar. Coges el móvil. Llamas al delegado de la Xunta, a ver si te dice en qué puedes ayudar. Su secretaria dice que no está, que se ha ido al fútbol. ¿Cómoooo?, le dices. A ver al Madrid, te responde. Ahora todo te cuadra: es ese tipo de persona. Cuelgas. Tienes que pensar más. Pensar más y mejor. Te das golpes en la cabeza. (¡No, contra la pared no! Con las manos, con las manos.
No consiste en partirse la crisma.) Te tranquilizas, respiras hondo, quieres evitar el último recurso. Eso es todo.
Barajas la posibilidad de organizar una manifestación gigantesca, ahora que la gente le esta cogiendo el gustillo a salir a la calle, estás seguro de que sería un éxito. Pero no sabes ni por dónde empezar, mailing masivo, a qué hora sería y dónde, contra quien es esta manifestación, quién va a hacer las pancartas, a quien hay que pedir los permisos, qué permisos hay que pedir... demasiado tomate. Además, razonas, muchas personas gritando no cambiarán que los árboles se hayan quemado. Y según estás pensando eso ya te estas arrepintiendo porque, amigo mío, eso, justamente eso, te lleva derechito al último recurso.
¡Mierda!, eso es lo que dices. Tendrás que plantar un árbol.
Foto: MIGUEL RIOPA (AFP) en EL PAÍS
Ya sé
que la violencia
no arregla nada.
Pero hay días
que...
¡te mataría!
Como hoy.
¿Quedamos esta tarde
pichurriiiiiiiiii?
Los almendros este año están a rebosar, asi que tuvimos que emplearnos a fondo para recoger todo aquel fruto. A media mañana partimos hacia el Molino, así quedaron en llamar aquella tierra. Las tres, equipadas más mal que bien, pues sólo llevamos algunas cajas vacías y un par de ramas largas combadas, nos montamos en el coche cargadas de energía.
Al llegar allí, nos ibamos subiendo a los árboles por turnos. Una, desde arriba, vareaba, y las otras, desde abajo, recogíamos los cucos. Aunque se fueran al quinto lilaila, la consigna era no dejar ni uno allí tirado. ¡Ni uno!
Primero me tocó subir a mí, por ser la joven del grupo. Apenas estuve cinco minutos arriba, eché de menos una manga larga y unos guantes, pues las manos, de manejar el palo, me dolían, y los brazos, de agarrarme al tronco, se llenaron de arañazos. Debe ser que tengo la piel más fina, por ser de otra generación, porque ellas no se lamentaron en ningún momento.
- Por razones o por cojones, me dijeron, es el lema de las Palacín. Así que nada... me hice la dura, con tal de hacerle honor al apellido.
Después, se subió la Tía Lirio, que enseñándome lo fácil que era subir, ¿ves? pones un pie aquí y luego otro aquí, se subió ella.
- ¡Manda huevos! que con diez me temblaba todo y ahora con cincuentaytantos miramé aquí, subida al árbol, decía orgullosa.
En aquel momento se pensó la reina de los mares, o al menos esa fue la canción que entonó, sonriendo y balanceando las caderas a un lado y al otro, siempre desde las alturas.
Así estábamos, moviéndonos entre los almendros y comentando al tiempo los pormenores de la tarea. Hablábamos de lo díficil que era manejar ese palo reseco (que acabó partiéndose), del mareo que suponía agacharse a por cada uno de los almendrucos, ¡ay tantos que me está entrando hasta ansia!, de que antes ponían una lona en el suelo, pero que era peor el remedio que la enfermedad; me contaban algún trocito de su historia, del burro, de lo contentas que se ponían de pequeñas cuando los almendros se helaban; nos quejamos del calor que hacía y de las sudadas que nos pegábamos al trepar; pero, también apreciamos lo bonitos que eran los frutos de aquellos árboles, morados y verdes, y lo bien que se distinguían de la tierra seca.
De cuando en cuando, alguna encendía un cigarrillo.
- ¿Quieres un poco de cigarro chupao, hija?, me decía la Tía Lirio. Y yo, diciendo que me gustaban más con sustancia, lo cogía.
- Pues el caso es que tampoco hace falta darles muy fuerte, con tocarles un poquito ya caen. Pero claro, ¡hay que darles!, pensaba mi Momi en alto. Y yo, dándole la razón, dije que nos teníamos que echar un mango extensible, para poder darles. Pero eso ya sería por la tarde.El Molino está pegadito a la autovía así que no fueron pocos los camiones que, adivinando las siluetas de tres buenas mozas como nosotras en la planicie, nos pitaban saludándonos a su paso por nuestro lado. Nosotras, inmersas en nuestra tarea, hacíamos oídos sordos. Menos una vez: ya mi Momi estaba subida al árbol y la tía Lirio y yo, abajo, cuando uno de aquellos camiones nos regaló una estela de claxon grave y vibrante.
- ¡Hasta luego, majoooo!, dijo la una.
- ¡Que te la pique un grajoooo!, respondió la otra.
Y a mi una carcajada se me arrancó desde lo más profundo de las entrañas (¿de dónde saldrán las carcajadas?) inutilizando mi voz y mi hacer durante unos minutos.
- ¿De que te ríes simplón?, me dijo la una.
- Anda, pues deja que se ría la chiquilla. ¿No ves lo bien que se lo pasa ella sola?, respondió la otra.
Ni contesté. Explicar de qué me reía me pareció lo siguiente a obvio y, por otra parte, no pensaba que me estuviese riendo sóla, más bien lo contrario. Además, había un riesgo alto de atragantamiento.
Aprovechando la pausa-risa, decidí que iba a picar unos pocos almendrucos, que así, verdecitos, son un vicio que no se puede aguantar. Encima, estaba un poco cansada y necesitaba reponer energía.
- Pero no te pongas ahora a cascar, ya picarás en casa anda, me dijo la una mientras yo buscaba dos piedras.
- Pues deja a la chiquilla que se la casque. Pues anda, que si no te puedes comer unos pocos después de venir..., respondió la otra cuando yo ya me disponía a destripar a mi primera victima.
Repartí unos pocos, dos para mí uno para ellas, y seguimos con la faena un poquito más, tampoco mucho.
La tia Lirio se rozó en el ojo con una rama y veía todo nublado. Dijo sin inmutarse que seguramente se habría hecho herida, que ya le había pasado otra vez, que tendría que ir a ponerse una pomada. Pero, de momento, viendo que ella no se alteraba, lo tomamos con guasa. Encima de que habíamos ido mal preparadas, ¡ahora perdíamos un ojo! Recogimos las dos cajas llenas y volvimos a casa con el recao.
Dispusimos las cajas en medio de tres sillas y empezamos a pelarles, a quitarles la cáscara verdemorada.
- Hay que ver la de cortapichas que salen, hija, ¡hay más que mierda en Francia!, comentó la tía Lirio. ¡Ay!¿Y por qué diremos eso? Pues no tengo ni idea, estas cosas de las expresiones..., hablaba consigo misma en alto.
- A ver, calla un poco y echa la cabeza para atrás, que te eche suero en ese ojo, dijo mi Momi.
La tia obedeció sin requistar. Las gotas empezaron a caer en el ojo: una, dos, tres,cuatro...
- ¡Paraaaaaa que ya no me caben más!, decía la tía Lirio.
- Callaaaaa, que es para que limpie bien, respondio mi Momi sin dejar de echar.
La tía no pudo aguantar la presión y se tuvo que incorporar.
- Ven, que te ponga en el otro, insistió mi Momi.
- No, el otro lo tengo bien, no hace falta.
- Ven, que sí, ya que estamos...
- Que no hace falta.
- ¡Que si! ¡Venga!
Y la Tía, resignada, echaba la cabeza para atrás, otra vez.
- Joder, que tía, cada vez que abre una botellita de esas, me pone gotas cada dos horas. ¡Hasta que no se la termina no para!, decía la Tía entre risas con las mejillas encharcadas del líquido.
Mientras decía eso, mi Momi aprovechaba a ponerse ella suero en los ojos, pingando la botellita cosafina, no sin cierta ansia.
- Ahhhh que gusto, ay que ver cómo se limpian los ojos, decía Momi.
- ¿Ves?, ¿ves?, me decía la tia Lirio meneando la cabeza arriba y abajo, como buscando aprobación.
- Ven, hija, ¿tu no quieres unas gotitas?, me dijo mi Momi.
- Vengaaa, ponme cuarto y mitad, acepté.
Y seguimos con la tarea. La mar de bien, oye.
![]() |
Foto de: http://occupywallst.org/ |
A veces que las cosas sean una patata tiene su aquel. Que la prensa estadounidense haya pasado de puntillas por el movimiento indignado, tiene gracia. Que ahora su referencia más cercana al movimiento 'occupy wall street' sea la primavera árabe, es de traca. Y que las autoridades caigan en los mismos errores (o aciertos, según se mire) para reprimir las protestas, no es más que la consecuencia lógica de toda esa patata entallada que es la (des)información.
¡700 detenidos! Ni en sus mejores sueños los manifestantes lo habrían imaginado mejor. Si hubieran sabido lo bueno que era eso para captar adeptos a la causa, habrían ido en fila india, las muñecas ya bien juntitas, diciendo ''oh, please, I want to be pepper sprayed or arrested instead''. Aunque quizás fue eso lo que hicieron. Nada mejor que una acción injusta contra esas pobres almas pacíficas para movilizar nuevas conciencias y sumar sus correspondientes cuerpos a las movilizaciones.
Ni Susan Sarandon, ni Michael Moore, con sus mejores intenciones, ni Radiohead tocando (o no tocando, más bien) en el epicentro del sarao, lo hicieron mejor. En este caso, la policía, a las órdenes de las autocridades fueron las celebrities más aclamadas.
Y es que, con la cantidad de barreras que tienen que saltar estos movimientos populares para conseguir algún éxito, se agradece que, de vez en cuando, haya algo de justicia poética, aunque sea en el campo de lo simbólico.
Hacía tiempo
que el teléfono no sonaba.
Ya no había
transacciones que realizar.
Ya nadie
compraba
compulsivamente.
Ya nadie
trabajaba
con bancos.
Ya nadie
pensaba
que fueran útiles
para nada.
Se estaban extinguiendo.
Botín estaba en las últimas.
En cambio,
la venta
de colchones
había aumentado
considerablemente
aquellos meses:
viscolásticos,
de muelles,
individuales,
redondos,
con canapé,
futones al suelo...
Cada cual
lo tenía
a su gusto.
Entre tanto,
MariCastaña
se aburría
miserablemente.
A pesar de no haber trabajo,
la jornada en el banco
seguía siendo
la misma.
¡Cabrones!
Asi que,
para ver qué salía,
probó a meter
el dedo
en un agujero de la nariz
y después,
en el otro.
No salió nada,
aquel aire acondicionado
estaba
asquerosamente
limpio.
Después,
compró
millones de bolsas
de cacahuetes
bañados en miel.
Jugó a lanzarlos al aire
para después
atraparlos con la boca
bien abierta.
El suelo acabó perdido.
Las señoras de la limpieza
se enfadaron con ella:
la llamaron infantil
y patosa.
MariCastaña se avergonzó.
Para evitar
más problemas,
se quitó
la tentación
de enmedio
regalándole
los proyectiles
a un cualquiera.
Seguía aburrida.
Las horas
no pasaban.
Ya había revisado
y cambiado
la pila del reloj
cuatro veces
esa mañana.
De repente...
¡IDEA!:
- ¡Haré un curso online
de venta de colchones!
¿por qué no?
La respuesta
vino sola.
Apenas si pasó
diez minutos
mirando la información
empezó a bostezar.
Aquello era un rollo
macabeo,
la mandíbula
podía desencajarse
en cualquier momento.
Le habían dicho
que era
tremendamente
doloroso
Así que,
desechó la idea.
Ya no sabía
qué más hacer.
¿qué puedo hacer?
¿qué puedo hacer?
no sabía que hacer.
De pura desidia,
cayó dormida.
Se despertó
en una de las cabezadas,
porque pensó
que se había partido una vértebra.
Pero no.
¡Qué susto!
Con el trajín, no se dio cuenta
que su turno
había terminado.
Quiso poner una guinda
a ese día de mierda,
pero ¿cómo?
¿Cómo?
- Ya sé, ya sé,
me iré... ¡volando!
Abrió la ventana
de par en par
y se tiró
con una bolsita de plástico,
de las de la farmacia,
en la mano.
Con tamaño paracaídas,
descendió
los cincuenta
y siete
pisos
a la velocidad
del rayo
y
justo,
cuando
estaba
a punto
de estamparse
contra el suelo,
un calvorotagordinflón
que iba caminando
por la acera,
se cruzó
en su trayectoria,
muriendo en el acto.
MariCastaña
rebotó
hasta el piso veintitrés
haciendo
doble pirueta
en el aire.
Fiuuuuuu...
Se salvó.
Aún hoy
sigue pensando
que fue
gracias a
esa raquítica
bolsita
de plástico.
Los berlineses han dado 15 escaños de los 130 posibles al Partido Pirata, unos chavalitos que se dedican a la política a tiempo parcial, que dicen no tener muy claro por dónde van a empezar, que creen que los programas electorales se han demostrado inútiles, que no se esperaban el resultado, pero que aprenden rápido, dicen. No llevan ni traje ni corbata, las formas les importan poco, quieren ser el aire fresco en la política. Cuando les critican por tener a pocas mujeres en sus filas, su líder responde que es un problema no sólo del partido, sino de su vida en general, que está haciendo por cambiarlo. Tan pichi, como Berlusconi, pero al revés.
Les importa más el fondo: el respeto a las libertades de los ciudadanos, a los derechos humanos, a la intimidad y a la transparencia política, que son los valores que defienden, incidiendo en el reflejo de éstos en las nuevas tecnologías. ¿Hay algo más post-moderno que esto?
Aquí también tenemos piratas, pero, de momento, se dedican a desmentir que sean unos frikis y a recopilar las firmas que les den permiso para poder presentarse a las próximas elecciones, a través de páginas como yoavalo.org Después, tienen que esperar a que los españolitos abramos la mente y seamos capaces de votar a una cuadrilla de chavales descamisados cargados de buenas intenciones, además de esperar hasta que esos votos valgan de algo, claro... Por ahora, aún estamos en la fase de querer cambiar, pero sin cambiar... no sé si me explico.
Para cuando el cambio llegue, cambiando, creo que ya no viviré, y eso que planeo ser longeva, así que ya he empezado a planear mi viaje a Berlín. Para abrir la mente un poco... (más)
![]() |
Flor Tera |
De nada le sirvieron a mi madre
todas esas clases de protocolo
todas esas cenas de etiqueta
con gentes de la jete pesete.
Pensaba ella
que así
aprendería
a ser elegante.
Pensaba ella que
llevándome
a las mejores butiks
se me pegaría
el ‘buen gusto’.
Pero,
por lo visto,
se equivocaba.
Yo nací con un gusto arraigado
de inspiración floral
con toques chic
y cultura popular.
Sigue leyendo la historia de Flor Tera en 190º The magazine. pag 112
Vestirse con mala leche. Apagar las luces y salir de casa dando portazo. Caminar hondo con unos tacones de infarto. Entrar en la noche. Descubrir siluetas difusas vagando entre las sombras. Plantarles cara. Sumergirse en la oscuridad para hablar con las aristas de la ciudad y sus concavidades. Balancearse entre las farolas, transformadas en movimiento fugaz. Desnudarse. Contemplar una luna llena e inmóvil a través de las gafas de sol. No para esconderse, para intuirlo todo mejor. Seguir con la mirada a esos gatos que, de noche, no son pardos. (Como yo...)
Editorial completo en: 190º The magazine. pag 116
![]() |
Antonio M. Xoubanova, publicado en El Mundo. |