En ese instante hasta esas enormes torres metálicas me parecieron bonitas. Como si las observara por primera vez, intenté averiguar qué hacían allí, mientras me mecía el traqueteo del autobús y la música aquietaba mi ánimo. Extrañada, pensé que quizás estaban allí para guiarnos, para que no nos perdieramos, o que a lo mejor sólo querían acompañar a los campos en su plana soledad y jugar con ellos a las sombras eternas y enredadas. Después, pensé otra cosa. A saber qué. Ahora ya sólo recuerdo mis parpados pesando mil toneladas y un sueño horroroso que me fulminaba. Nada más. Al despertar, me entretuve despegando la baba seca de mi camiseta. Y eso... pues... me llevo un ratito.
29 julio 2011
El viaje
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