23 enero 2019
Pandilla se hace al nadar
Hay algo de la vida de los vestuarios que me fascina. Siempre me ha fascinado. Es como entrar en otra dimensión. La misma cosa dicha en un vestuario suena a confidencia.
En los vestuarios se ve todo. Lo de las demás y lo de una. Entre la desnuded, el olor a cloro, el sudor, los pelos del coño y el gorro de silicona estirándonos las sienes hay poco que esconder.
Y menos aquí, en Ibiza, donde nos vemos las caras casi todos los días, las mismas. Aunque tampoco podría jurarlo. Ir a la piscina forma parte de mi ritual cotidiano aquí. Cuando cae el sol, hago las últimas cosas que queden por hacer y me voy para allá con marcha ligera. Hago unos largos, lo más rápido que puedo y, con el aliento entrecortado, me meto en el jacuzzi. Termino con un poco de sauna. Rara vez aguanto más de 5 minutos. Y me vuelvo al vestuario.
No suelo hablar. No solía hablar, pero ahora, que llevo tapones para no encharcarme los oidos, menos. Es un buen ejercicio. Escucho mis pensamientos, moldeo mis fantasías, medito, aprovecho para sanarme alguna molestia física, escribo mentalmente. A veces duermo.
Estoy presente y escucho las conversaciones de las pequeñas, de las madres y de las abuelas. Algunas en catalán otras en castellano. Podría llevarme una bolsa de pipas y entretenerme con ello. Es hermoso ser testigo de la normalidad del día a día. Día a día las mismas personas compartiendo, creciendo. Me siento afortunada de poder entender de qué hablan. Aunque más que el contenido, me interesa el color. Los colores mezclándose en el aire. Y yo respirándolos.
Me siento testigo de la vida, de la alegría de las mujeres, de sus rituales, sus cremas, sus cestitas de potinges, sus secadores. Me siento parte de la vida con ellas. Vida a la escucha. Y me pregunto cómo será la vida en el otro lado del vestuario. En el de los hombres. ¿Cómo sonará la vida de ese lado?
Poco a poco empiezo a hacerme amiga de alguna. Vienen a mi... como curiosas. A otras las conozco de otras cosas, y cruzamos un par de palabras. Y yo agradecida de que vengan, de verlas. A veces alguien me dijo que parecía un muro infranqueable. Nunca supe de qué hablaban.
Hoy:
- Psss psss.
Miro atrás. Es a mi.
La mujer se pone a mi lado frente al espejo.
Levanta la barbilla, pone los labios como un tubo.
Yo no entiendo de qué habla.
Sigue haciendo gestos con la cara, hasta que pillo que es la altura.
- Te llego por la cintura. Metro cincuenta mido. ¿Tú?
- Ayer me robaron 3 centímetros. Mido 1.82.
- Pues yo habría dicho 1,90. ¿De donde eres?
- De Burgos.
Me mira sorprendida.
- ¡Joder con la morcilla!
- Si yo te contara... Ven, vamos a hacernos una foto.
- Vamos. Pitufina y Gargamel.
- ¿Yo soy Gargamel?
- Claro.
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