de una vida pasada.
Vida que, en un mes,
será presente.
Hoy vuelvo a esa cabaña
de piedra
y paja.
Dentro hay apenas
dos objetos:
un catre y un caldero al fuego.
Dos niños:
un niño y una niña.
Y una ausencia:
un marido noble trabajando.
Lo más importante en esa estancia es,
como suele pasar,
lo que no se ve:
La presencia alegre y viva del momento presente:
normal, natural, cotidiano.
El calor de hogar, la limpieza y el orden
más allá del calor, la limpieza y el orden.
El silencio más allá del silencio.
La fuerza de un lugar protegido y brillante
capaz de acoger a los hombres más rudos en su desesperación
y ofrecerles una compañía armoniosa y sanadora.
La habilidad mágica de cuidar, nutrir y agradecer lo que es
en silencio
La sencillez de crear y sostener la vida
en todas sus formas:
caldero, marido, madre.
Si alguien no vio el valor
que esto tenía
ese alguien tenía un problema.
Muchos detrás caminarían desnutridos
y harapientos,
con las carnes hechas llagas por dentro
y , tal vez, tal vez, un sombrero de copa por fuera,
o un BMW serie 3, no importa.
La verdad es humilde
invisible a los ojos
de los ciegos.
Sensible al tacto
de quienes se atreven a tocar
y a sentirla en sus pieles.
Porosa, me impregno de este sentir
de este latido sereno
y me lo llevo para cuando lo necesite.
Tal vez para apaciguar
el humor de una noche de llanto
Tal vez para volver a mi ser
casa
para mi.
Y ya es bastante.
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