17 marzo 2021

Pesadoto Bombín

¡Miralé! por ahí viene otra vez, con ese caminar tan únicamente suyo. Va en una dirección, totalmente decidido y, de pronto, cambia de dirección 90 grados y sigue caminando con la misma intensidad y decisión. Se acerca a mi, avanzando así, como por ventoladas huracanadas. Tan huracanadas y repentinas que una podría sentir hasta miedo de verle moverse así, como si fuera un loco, con la cabeza bien echada hacia adelante y esos zapatones haciendo ruido sobre el pavimento. Y una podría sentir mucho miedo, teniendo en cuenta que se acerca, ¡porque se acerca! 

Pero apenas le veo los ojos me doy cuenta de que es inofensivo. En su mirada se dibuja la imagen de la desorientación más absoluta y, podría decirse, desesperada. Realmente no sabe dónde va, pero finge que sí lo sabe. Y se mueve desde ese no pero sí.

Cuando llega hasta mi se queda muy cerca. Muy muy cerca. Tanto que puedo olerle el aliento. Y, por más que intento salir de su órbita, no puedo. Y es un poco desagradable, porque huele a viejo y gastado. Y no para de hablar. Y habla ¡igual que camina! De pronto me empieza a hablar de un tema y racaracaraca y con mucha vehemencia intenta convencerme de que racaracaraca hasta que él mismo se agota, como una peonza a la que se le para el giro. Y después le viene otro tema y venga con el chincli chincli chincli chincli y venga a intentar convencerme del chincli. Él mismo se cree que está en posesión de toda la verdad, tanto cuanto está en el raca como cuando está en el chincli. Incluso le cambia el gesto y los movimientos al defender una postura o la otra. Pero ocurre, y esto es lo más gracioso de todo, que a veces raca y chincli son exactamente ¡cosas contrarias! El pobre... no sabe qué pensar y en lugar de quedarse ahí intenta hacerme avanzar en todas direcciones creyéndose siempre que esa es la buena, única y definitiva idea que nos llevará al éxito supremo del siempre chupimega yeah!

Pero Pesadoto Bombín no se da cuenta de todo eso. En su locura, él solo encuentra alivio si logra empujarme. Él intenta todo el tiempo sacarme de donde estoy. Hacer que me mueva. Unos días a por raca otros días a por chincli. Y lo hace sin ningún tipo de tino ni de alegría. De modo que, la verdad, su presencia resulta agotadora. Si al menos le oliera el aliento a fresa... 

¡Solo plantea un ir por ir que, la verdad, no tiene sentido alguno! Al principio me pillaba por banda y me metía unas turras que si raca raca, chincli chincli que terminaba con la cabeza cuadrada. Otras veces lograba convencerme de sus despropósitos y lograba que me fuera a otra parte, ¡todo para nada! pero cada vez voy aprendiendo más que no quiero estar en su presencia. Así que, cuando le veo venir, trazando eles por el pavimento con esos zapatones, me rodeo de luces blancas, amarillas y azules, me convierto en brizna de hierba y dejo que el viento me lleve a otro lugar. ¡Bliss!

Y al desaparecer mi presencia, al dejar de hacerle caso, Pesadoto Bombín se va haciendo más pequeño, más pequeño, pequeñín, pequeñísimo, diminuto, diminutivo, hasta que al final... ¡Bluf!, él también se convierte en brizna de hierba y deja que el viento le lleve a otro lugar. 

Y así, siendo los dos brizna de hierba mecida por el viento que sople en ese momento que no sabemos cuál es, ni carajo que nos importa, somos los dos mucho más felices. Sin duda.