28 diciembre 2021

I. 20 horas en casa.

Cuando pensaba en el parto como un concepto mental, como una idea, me parecía un acto de valentía y exposición a la muerte y todas las mujeres que habían parido, unas heroínas inalcanzables. ¿Cómo podían todas aquellas mujeres haber hecho eso sin darse ninguna importancia? Cuando me quedé embarazada, comencé a habitar eso que había admirado como si yo fuera una extraterrestre, comenzó a hacerse carne en mi. 


Cuando supe que aquel malestar intestinal no era otro mal de ojo, sino un bebé que se abría paso dentro de mi, comencé a habitar mi parte más humana o animal. Una fuerza sutil comenzó a crearse en mi. No una fuerza física, sino otra de tipo energético/espiritual. Y, a medida que se fue acercando la fecha de parto, esa fuerza se fue asentando en mi. Y, hasta el último momento, fue domando mis impulsos de lo que se 'supone que hay que hacer' para ir dejando emerger una parte de mi más mágica y conectada de mi misma. 

Así, en las últimas semanas de embarazo, fui abandonando la idea de que 'tenía que prepararme para el parto', que es como querer prepararse para un incendio o la llegada de un ovni, para ir pasando a un estado de entrega y presencia, minuto a minuto, que me trajo mucha paz y serenidad. De modo que, cuando me preguntaban si tenía ganas de que llegara el momento, no sabía qué responder, porque estaba absolutamente conectada con cada momento, con la despedida de la panchita, con esas luces, espíritus guías azules que llegué a ver físicamente un día en la habitación después de un sueño brillante. Conectando, también, con el bebé dentro de mi y con la petición/decreto de no llegar a la dilatación forzosa (semana 41). 

Decretando y conectándome con la posibilidad de parir entre el 18 y el 19 para que Álvaro pudiera estar conmigo desde el principio.


Y así fue. El mismo viernes 17 hicimos las únicas fotos de mi embarazo con mi hermano Eder y Margarida a su vuelta de Mexico. Ellos pintaron un mandala hermoso en mi pancha, pusimos música e hicimos unas fotos muy divertidas. 


- Los dos embarazos de mi hermana se puso de parto la noche misma después de pintarle la pancha - nos compartió Margarida.

En mi caso fue igual. A las 2.00 a.m. después de acostarnos, un dolor de premenstruacción en los ovarios y presión en el recto, me saca de la cama. Una vez, dos y tres. 

- Esto tiene una fuerza distinta a la de anoche. - pienso para mi acordándome de las sensaciones de la noche anterior.

Despierto a mi compañero Álvaro. 

- Han comenzado las contracciones- le digo. 

Alvaro sale de la cama y coge el móvil. 


Margarida ha hecho sus prácticas de doula con nosotros en el embarazo y pronto se dedicará a ello con tremendo éxito. Pienso para mi, divertida, que también podrá incluir este servicio de inducción del parto natural, a través del mandala extrauterino, entre sus servicios de acompañamiento. 

- Cuando llegue la próxima contracción, me avisas - me dice Álvaro ya con el móvil en la mano.

- Creo que ahora- le digo en menos de 5 minutos.

Él escucha mi respiración y, cuando siente que se apacigua, me vuelve a preguntar: 

-  ¿Ya se ha terminado? ¿Cual era la intensidad, leve, fuerte, moderada, intensa? 

-  Y yo que c*** sé -le digo un poco contrariada con el interrogatorio. 

Empiezo a probar con la voz, a dejarla sonar cuando llega la molestia y dejarme llevar por ella. Estoy concentrada en eso. Álvaro se ha descargado una app para medir las contracciones que alguien le ha recomendado esa misma tarde. Y será esa app la que nos muestre la frecuencia y duración de las contracciones para saber, principalmente, cuándo es el momento de ir al hospital. 


En la primera hora tengo una contracción cada 5 minutos de 1 minuto de duración. Una frecuencia que me hace pensar que Miguel o Deva (no conocemos el sexo del bebe) será uno de esos bebés decididos que se arrojan a la vida rápido. Pienso que no sería raro que el hijo de dos personas que han nacido en días 18 venga en un día 18 también. Pienso en cancelar las cosas que tengo para el día siguiente. Y lo hago durante la noche. En las pausas entre contracción y contracción en las que, además, logro dormirme. Álvaro viene de trabajar toda la semana en Aguilar de Campoo (a hora y media de nuestra casa en coche) y, también viene del funeral de su amiga Marta. Está cansado física y emocionalmente y duerme. Duerme también entre una y otra, ocupándose de monitorizarlas con la app. Cuando llega una le aviso y él le da al botón.

 
Al principio las contracciones me llevan al baño. Con una sensación parecida a querer hacer cacas. Después intento otras cosas y la cosa se acentúa más. Por indicación de Wallabi, la matrona de Damanhur con la que me he preparado para el parto desde el segundo mes, me doy una ducha y la cosa se calma bastante. Después vivo las contracciones desde la cama, donde el trabajo se me hace más liviano. A veces me tumbo y la canto desde ahí, otras tengo que arrodillarme, no con poco esfuerzo debido a la pancha, y cantarla a cuatro patas. Estar en la cama me facilita, también, descansar entre una y otra. Sin embargo, quizás me convenga levantarme para hacer que el proceso vaya más rápido, pienso. Informó a Wallabi, que milagrosamente está despierta de madrugada, y le pregunto qué conviene hacer. Desde la distancia me dice que lo que sea mejor para mi. Así que permanezco en nuestra cama: grande, blanca, limpia, perfecta para descansar... y para cantar cada una de las contracciones. Cuando llega el dolor, dejo que se transforme en sonido a través de mi voz. Y eso me ayuda a situarme en un lugar de creación, de magia y belleza en lugar de en otro de queja, lamento o sufrimiento. Y es hermoso escuchar lo que sale de mi voz y la conexión que hay entre los distintos tipos de sonidos y de dolores. 

- Es importante que no entre en espacios de queja o de lloriqueo o victimismo. Como entre ahí estoy perdida - comparto con Álvaro ya en la primera hora de 'travaglio'. 

La cosa ha empezado fuerte.


En seguida veo la conexión entre las contracciones y el canto carnático, que es una de las prácticas que he hecho de cara al parto y que, observo, es la transposición literal de las olas uterinas al plano del canto. Sin embargo, elijo seguir con mi propio canto dorisnático durante la noche, por la mañana y por la tarde, aprovechando las pausas para preparar las últimas cosas para llevar al hospital, para comer esa sopa rica que Margarida nos dejó hecha (menos mal) y reponer fuerzas. 


Normalmente vivimos presos de un reloj, de los minutos, de los segundos, de las horas. En este caso, son las pausas entre una ola y la siguiente, las que marcan el ritmo. Y eso, como me diría después Álvaro, marca una frecuencia peculiar, nunca antes vivida.  Espacios de 5, 15, 20 minutos... en algún momento hasta 30 minutos de pausa, para dormir, meter la pelota de pilates en el coche, terminar de ultimar la maleta, encontrar la cartilla de embarazada, las crocs y a última hora:

- ¿Tienes las gafas que te regaló la Harriet? Échalas por si las luces del hospital son muy duras - me sugiere Álvaro, antes de salir de casa. 

Pero eso será mas tarde.
Todavía son las 12 am del sábado 18 y estamos llamando a las dos Raqueles, dos mujeres con las que nos hubiera encantado hacer el parto en casa (y no se pudo) para ver si pueden venir a acompañarnos en estos pródromos (o cómo quiera que se llame esto que estamos viviendo). Hemos podido dormir y nos sentimos descansados pero un poco perdidos en tanta marea uterina y, también, un poco desorientados para decidir cuándo ir al hospital. Muy preciosas las dos se ofrecen a estar de guardia para atender nuestras llamadas telefónicas y las dos nos dicen que no pueden venir a asistirnos. De las conversaciones con ellas me quedo con dos conceptos: que es importante descansar entre ola y ola porque lo más probable es que, cuando vuelva a caer la noche, el trabajo se acelere y que sabremos identificar cuándo es el momento de ir al hospital.


Cuelgo el teléfono entre desolada y tranquila. Supongo que tengo bastante con lo que trae mi cuerpo, como para meterme en temas mentales lacrimógenos.

- Tenemos que bancárnosla solos - le digo a Álvaro. 

- Exactamente como decidimos - contesta él. 

Otra idea fuerza toma protagonismo una vez más: para parir solo hago falta yo. Y el bebé, claro.  Refuerzo esta verdad que vengo habitando desde que sé que, forzada por las circunstancias, tengo que parir en el hospital. Eso fue duro de digerir, así que, lejos de dejarme llevar por las (no pocas) posibilidades catastróficas asociadas a parir en el hospital, me he concentrado en estar en mi y en conectarme con la mejor de las realidades posibles. Esto es: me he dicho una y mil veces: 'la vida nunca se equivoca', para aceptar lo que es; y: 'Si hay una persona consciente en el hospital, ella será la que me atienda a mi', para combatir la cosa de que ir al hospital es una lotería porque no conoces al personal que te va a atender ni si es afín a tu plan de parto o si te va a ver como una amenaza a su know-how


Y ahí estoy, aceptando y abrazando la intimidad con Álvaro. Confiando en los tactos que me hace guiado por alguna publicación online. Conectada con mi cuerpo, con mi canto y con esos seres azules que me vienen asistiendo desde hace unas semanas. Solo hace falta encajar el momento para ir al hospital. Por un lado, Wallabi nos dice que si el trabajo está más avanzado será más duro para mi hacer el traslado al hospital. Una de las Raqueles nos advierte de que si llegamos en una fase de dilatación nula o escasa es probable que nos echen para atrás. O, que, si apuramos mucho, es posible que para en el coche. 'Que es otra opción'- dice con una alegría y facilidad de la que me siento lejanísima. Teniendo en cuenta de que vivimos a 20 minutos en coche del hospital y que las contracciones se harán más fuertes en el coche, habrá que hacer encaje de bolillos con las variables para dar con la mejor solución. 


No puedo negar que me irrita que una parte externa al parto, como es seleccionar el momento apropiado para el traslado, se esté tomando tanto espacio. ¿Porque no hay un teléfono al que puedas llamar para saber si te van a recibir o no?   


Tal como estaba predicho, al caer la noche las contracciones empiezan a acelerarse. Aumenta la intensidad y la frecuencia progresivamente. A las 12.00 la app nos dice que es el momento de ir al hospital. Álvaro sugiere darnos una ducha para poder montar en el coche un poco relajada. Me parece bien. Ya en la ducha sugiere hacerme un tercer tacto. Me parece genial. Introduce los dedos en la vagina y me dice sin dudar que aquello ha cambiado. Los otros dos tactos me los ha hecho en la cama, así que, por si acaso la diferencia de la postura ha creado la falsa sensación de cambio, corrijo la postura y me coloco de frente a él con las piernas abiertas. Esta segunda vez se confirma: algo ha cambiado. Lo dice con una certeza que resulta inusual en él. Segundo signo de que es el momento de ir al hospital. Conecto con mi madre cósmica y le pregunto. Me dice con una sonrisa que confíe, que ella me está abriendo las puertas. Y veo un pasillo azul oscuro con brillos plateados abriéndome camino al hospital. Cuando Álvaro saca los dedos de mi vagina, percibe 'otra cosa'. 


Mira por debajo de mi entrepierna y, con cierta cara de asco, dice que está saliendo 'algo'. Es el tapón mucoso. Esta vez blanco, marrón, rojo y más contundente que las expulsiones que he hecho días atrás. Álvaro me dice que si no vamos al hospital va a pedirle a Margarida que venga a casa para sentirse más seguro. Pero no hay duda. Es el momento de ir.


Mientras yo me termino de vestir, Álvaro baja al coche. En mitad de la noche de luna llena, un miedo le asalta. ¿Y si en esta nos pierde? Y en ese instante, una bandada de 9 urracas pasa volando por encima de su cabeza. 

- Buen augurio- piensa. Y se tranquiliza.

Con las gafas de sol de la Harriet y la homeopatía en la mano, monto en el asiento del copiloto del coche. 

 

16 diciembre 2021

Gracias por ser parte de 'esto'

Alrededor de mi se arremolinan 

las preguntas, 

la espectación, 

las esperanzas, 

la alegría sana y hermosa de la vida misma, 

la compañía sanadora y la pesada, también. 

Ausencias. Siempre hay. 

Siempre hay quien falta para quien anhela.

Quien no anhela nada, ya lo tiene todo. 


Por mi parte también hay preguntas

espectativas

esperanzas, 

anhelos mil,

miedos también, 

miedos a los que no quiero

poner palabras 

ni dar voz. 

Ya hay bastante catástrofes en el mundo

o tejas sueltas en los tejados.


Gotera:

diré que tengo miedo 

de que no quepa 

más dicha en mi. 


Que no quepa más gozo extático, 

ni presencia para mi y para lo que es:

Esta pancha de la que me despido.

Este agua que me limpia. 

Esta casa, cada día más casa, que me acoge.

Esa red femenina (y no solo) de apoyo que se va mostrando para mi.

Este Álvaro con cara de enamorado.

Este mi hermano que vuelve a convertirse en padrino, 

como nosotros en padre y madre. 

Pero eso aún no es. 

Y es perfecto. 

Tan perfecto como la muerte de Marta

y el suicidio de Verónica. 


Nacimiento y muerte

Placer y dolor

Son solo dos caras de la misma moneda. 

Y la moneda siempre es la misma:

la vida

lo que es.


Y quisiera que tú también rozaras con la punta de los dedos 'esto':

la vida en tu interior, moviéndose, abriéndose paso a cada instante,

mantenerte presente aquí y ahora, 

agradeciendo cada aliento, 

cada arcada, cada noche horrible, dolor lumbar, costal, medial,

cada palabra, 

cada toquilla blanca

a todas las tías cristis del mundo.


Aunque creas que sepas lo que va a ocurrir mañana, 

tus carnes abriéndose, 

la electricidad recorriendo las espalda, 

cualquier imagen,

un encuentro, una reunión, proyección, un viaje...

en realidad no sabes nada. 


Yo tampoco.

Y repetirlo: no sé nada. 

Y repetirlo: Esto es lo único que existe

Y repetirlo: Ahí fuera hay muchas tejas sueltas.

Es muy hermoso.