28 diciembre 2021

I. 20 horas en casa.

Cuando pensaba en el parto como un concepto mental, como una idea, me parecía un acto de valentía y exposición a la muerte y todas las mujeres que habían parido, unas heroínas inalcanzables. ¿Cómo podían todas aquellas mujeres haber hecho eso sin darse ninguna importancia? Cuando me quedé embarazada, comencé a habitar eso que había admirado como si yo fuera una extraterrestre, comenzó a hacerse carne en mi. 


Cuando supe que aquel malestar intestinal no era otro mal de ojo, sino un bebé que se abría paso dentro de mi, comencé a habitar mi parte más humana o animal. Una fuerza sutil comenzó a crearse en mi. No una fuerza física, sino otra de tipo energético/espiritual. Y, a medida que se fue acercando la fecha de parto, esa fuerza se fue asentando en mi. Y, hasta el último momento, fue domando mis impulsos de lo que se 'supone que hay que hacer' para ir dejando emerger una parte de mi más mágica y conectada de mi misma. 

Así, en las últimas semanas de embarazo, fui abandonando la idea de que 'tenía que prepararme para el parto', que es como querer prepararse para un incendio o la llegada de un ovni, para ir pasando a un estado de entrega y presencia, minuto a minuto, que me trajo mucha paz y serenidad. De modo que, cuando me preguntaban si tenía ganas de que llegara el momento, no sabía qué responder, porque estaba absolutamente conectada con cada momento, con la despedida de la panchita, con esas luces, espíritus guías azules que llegué a ver físicamente un día en la habitación después de un sueño brillante. Conectando, también, con el bebé dentro de mi y con la petición/decreto de no llegar a la dilatación forzosa (semana 41). 

Decretando y conectándome con la posibilidad de parir entre el 18 y el 19 para que Álvaro pudiera estar conmigo desde el principio.


Y así fue. El mismo viernes 17 hicimos las únicas fotos de mi embarazo con mi hermano Eder y Margarida a su vuelta de Mexico. Ellos pintaron un mandala hermoso en mi pancha, pusimos música e hicimos unas fotos muy divertidas. 


- Los dos embarazos de mi hermana se puso de parto la noche misma después de pintarle la pancha - nos compartió Margarida.

En mi caso fue igual. A las 2.00 a.m. después de acostarnos, un dolor de premenstruacción en los ovarios y presión en el recto, me saca de la cama. Una vez, dos y tres. 

- Esto tiene una fuerza distinta a la de anoche. - pienso para mi acordándome de las sensaciones de la noche anterior.

Despierto a mi compañero Álvaro. 

- Han comenzado las contracciones- le digo. 

Alvaro sale de la cama y coge el móvil. 


Margarida ha hecho sus prácticas de doula con nosotros en el embarazo y pronto se dedicará a ello con tremendo éxito. Pienso para mi, divertida, que también podrá incluir este servicio de inducción del parto natural, a través del mandala extrauterino, entre sus servicios de acompañamiento. 

- Cuando llegue la próxima contracción, me avisas - me dice Álvaro ya con el móvil en la mano.

- Creo que ahora- le digo en menos de 5 minutos.

Él escucha mi respiración y, cuando siente que se apacigua, me vuelve a preguntar: 

-  ¿Ya se ha terminado? ¿Cual era la intensidad, leve, fuerte, moderada, intensa? 

-  Y yo que c*** sé -le digo un poco contrariada con el interrogatorio. 

Empiezo a probar con la voz, a dejarla sonar cuando llega la molestia y dejarme llevar por ella. Estoy concentrada en eso. Álvaro se ha descargado una app para medir las contracciones que alguien le ha recomendado esa misma tarde. Y será esa app la que nos muestre la frecuencia y duración de las contracciones para saber, principalmente, cuándo es el momento de ir al hospital. 


En la primera hora tengo una contracción cada 5 minutos de 1 minuto de duración. Una frecuencia que me hace pensar que Miguel o Deva (no conocemos el sexo del bebe) será uno de esos bebés decididos que se arrojan a la vida rápido. Pienso que no sería raro que el hijo de dos personas que han nacido en días 18 venga en un día 18 también. Pienso en cancelar las cosas que tengo para el día siguiente. Y lo hago durante la noche. En las pausas entre contracción y contracción en las que, además, logro dormirme. Álvaro viene de trabajar toda la semana en Aguilar de Campoo (a hora y media de nuestra casa en coche) y, también viene del funeral de su amiga Marta. Está cansado física y emocionalmente y duerme. Duerme también entre una y otra, ocupándose de monitorizarlas con la app. Cuando llega una le aviso y él le da al botón.

 
Al principio las contracciones me llevan al baño. Con una sensación parecida a querer hacer cacas. Después intento otras cosas y la cosa se acentúa más. Por indicación de Wallabi, la matrona de Damanhur con la que me he preparado para el parto desde el segundo mes, me doy una ducha y la cosa se calma bastante. Después vivo las contracciones desde la cama, donde el trabajo se me hace más liviano. A veces me tumbo y la canto desde ahí, otras tengo que arrodillarme, no con poco esfuerzo debido a la pancha, y cantarla a cuatro patas. Estar en la cama me facilita, también, descansar entre una y otra. Sin embargo, quizás me convenga levantarme para hacer que el proceso vaya más rápido, pienso. Informó a Wallabi, que milagrosamente está despierta de madrugada, y le pregunto qué conviene hacer. Desde la distancia me dice que lo que sea mejor para mi. Así que permanezco en nuestra cama: grande, blanca, limpia, perfecta para descansar... y para cantar cada una de las contracciones. Cuando llega el dolor, dejo que se transforme en sonido a través de mi voz. Y eso me ayuda a situarme en un lugar de creación, de magia y belleza en lugar de en otro de queja, lamento o sufrimiento. Y es hermoso escuchar lo que sale de mi voz y la conexión que hay entre los distintos tipos de sonidos y de dolores. 

- Es importante que no entre en espacios de queja o de lloriqueo o victimismo. Como entre ahí estoy perdida - comparto con Álvaro ya en la primera hora de 'travaglio'. 

La cosa ha empezado fuerte.


En seguida veo la conexión entre las contracciones y el canto carnático, que es una de las prácticas que he hecho de cara al parto y que, observo, es la transposición literal de las olas uterinas al plano del canto. Sin embargo, elijo seguir con mi propio canto dorisnático durante la noche, por la mañana y por la tarde, aprovechando las pausas para preparar las últimas cosas para llevar al hospital, para comer esa sopa rica que Margarida nos dejó hecha (menos mal) y reponer fuerzas. 


Normalmente vivimos presos de un reloj, de los minutos, de los segundos, de las horas. En este caso, son las pausas entre una ola y la siguiente, las que marcan el ritmo. Y eso, como me diría después Álvaro, marca una frecuencia peculiar, nunca antes vivida.  Espacios de 5, 15, 20 minutos... en algún momento hasta 30 minutos de pausa, para dormir, meter la pelota de pilates en el coche, terminar de ultimar la maleta, encontrar la cartilla de embarazada, las crocs y a última hora:

- ¿Tienes las gafas que te regaló la Harriet? Échalas por si las luces del hospital son muy duras - me sugiere Álvaro, antes de salir de casa. 

Pero eso será mas tarde.
Todavía son las 12 am del sábado 18 y estamos llamando a las dos Raqueles, dos mujeres con las que nos hubiera encantado hacer el parto en casa (y no se pudo) para ver si pueden venir a acompañarnos en estos pródromos (o cómo quiera que se llame esto que estamos viviendo). Hemos podido dormir y nos sentimos descansados pero un poco perdidos en tanta marea uterina y, también, un poco desorientados para decidir cuándo ir al hospital. Muy preciosas las dos se ofrecen a estar de guardia para atender nuestras llamadas telefónicas y las dos nos dicen que no pueden venir a asistirnos. De las conversaciones con ellas me quedo con dos conceptos: que es importante descansar entre ola y ola porque lo más probable es que, cuando vuelva a caer la noche, el trabajo se acelere y que sabremos identificar cuándo es el momento de ir al hospital.


Cuelgo el teléfono entre desolada y tranquila. Supongo que tengo bastante con lo que trae mi cuerpo, como para meterme en temas mentales lacrimógenos.

- Tenemos que bancárnosla solos - le digo a Álvaro. 

- Exactamente como decidimos - contesta él. 

Otra idea fuerza toma protagonismo una vez más: para parir solo hago falta yo. Y el bebé, claro.  Refuerzo esta verdad que vengo habitando desde que sé que, forzada por las circunstancias, tengo que parir en el hospital. Eso fue duro de digerir, así que, lejos de dejarme llevar por las (no pocas) posibilidades catastróficas asociadas a parir en el hospital, me he concentrado en estar en mi y en conectarme con la mejor de las realidades posibles. Esto es: me he dicho una y mil veces: 'la vida nunca se equivoca', para aceptar lo que es; y: 'Si hay una persona consciente en el hospital, ella será la que me atienda a mi', para combatir la cosa de que ir al hospital es una lotería porque no conoces al personal que te va a atender ni si es afín a tu plan de parto o si te va a ver como una amenaza a su know-how


Y ahí estoy, aceptando y abrazando la intimidad con Álvaro. Confiando en los tactos que me hace guiado por alguna publicación online. Conectada con mi cuerpo, con mi canto y con esos seres azules que me vienen asistiendo desde hace unas semanas. Solo hace falta encajar el momento para ir al hospital. Por un lado, Wallabi nos dice que si el trabajo está más avanzado será más duro para mi hacer el traslado al hospital. Una de las Raqueles nos advierte de que si llegamos en una fase de dilatación nula o escasa es probable que nos echen para atrás. O, que, si apuramos mucho, es posible que para en el coche. 'Que es otra opción'- dice con una alegría y facilidad de la que me siento lejanísima. Teniendo en cuenta de que vivimos a 20 minutos en coche del hospital y que las contracciones se harán más fuertes en el coche, habrá que hacer encaje de bolillos con las variables para dar con la mejor solución. 


No puedo negar que me irrita que una parte externa al parto, como es seleccionar el momento apropiado para el traslado, se esté tomando tanto espacio. ¿Porque no hay un teléfono al que puedas llamar para saber si te van a recibir o no?   


Tal como estaba predicho, al caer la noche las contracciones empiezan a acelerarse. Aumenta la intensidad y la frecuencia progresivamente. A las 12.00 la app nos dice que es el momento de ir al hospital. Álvaro sugiere darnos una ducha para poder montar en el coche un poco relajada. Me parece bien. Ya en la ducha sugiere hacerme un tercer tacto. Me parece genial. Introduce los dedos en la vagina y me dice sin dudar que aquello ha cambiado. Los otros dos tactos me los ha hecho en la cama, así que, por si acaso la diferencia de la postura ha creado la falsa sensación de cambio, corrijo la postura y me coloco de frente a él con las piernas abiertas. Esta segunda vez se confirma: algo ha cambiado. Lo dice con una certeza que resulta inusual en él. Segundo signo de que es el momento de ir al hospital. Conecto con mi madre cósmica y le pregunto. Me dice con una sonrisa que confíe, que ella me está abriendo las puertas. Y veo un pasillo azul oscuro con brillos plateados abriéndome camino al hospital. Cuando Álvaro saca los dedos de mi vagina, percibe 'otra cosa'. 


Mira por debajo de mi entrepierna y, con cierta cara de asco, dice que está saliendo 'algo'. Es el tapón mucoso. Esta vez blanco, marrón, rojo y más contundente que las expulsiones que he hecho días atrás. Álvaro me dice que si no vamos al hospital va a pedirle a Margarida que venga a casa para sentirse más seguro. Pero no hay duda. Es el momento de ir.


Mientras yo me termino de vestir, Álvaro baja al coche. En mitad de la noche de luna llena, un miedo le asalta. ¿Y si en esta nos pierde? Y en ese instante, una bandada de 9 urracas pasa volando por encima de su cabeza. 

- Buen augurio- piensa. Y se tranquiliza.

Con las gafas de sol de la Harriet y la homeopatía en la mano, monto en el asiento del copiloto del coche. 

 

16 diciembre 2021

Gracias por ser parte de 'esto'

Alrededor de mi se arremolinan 

las preguntas, 

la espectación, 

las esperanzas, 

la alegría sana y hermosa de la vida misma, 

la compañía sanadora y la pesada, también. 

Ausencias. Siempre hay. 

Siempre hay quien falta para quien anhela.

Quien no anhela nada, ya lo tiene todo. 


Por mi parte también hay preguntas

espectativas

esperanzas, 

anhelos mil,

miedos también, 

miedos a los que no quiero

poner palabras 

ni dar voz. 

Ya hay bastante catástrofes en el mundo

o tejas sueltas en los tejados.


Gotera:

diré que tengo miedo 

de que no quepa 

más dicha en mi. 


Que no quepa más gozo extático, 

ni presencia para mi y para lo que es:

Esta pancha de la que me despido.

Este agua que me limpia. 

Esta casa, cada día más casa, que me acoge.

Esa red femenina (y no solo) de apoyo que se va mostrando para mi.

Este Álvaro con cara de enamorado.

Este mi hermano que vuelve a convertirse en padrino, 

como nosotros en padre y madre. 

Pero eso aún no es. 

Y es perfecto. 

Tan perfecto como la muerte de Marta

y el suicidio de Verónica. 


Nacimiento y muerte

Placer y dolor

Son solo dos caras de la misma moneda. 

Y la moneda siempre es la misma:

la vida

lo que es.


Y quisiera que tú también rozaras con la punta de los dedos 'esto':

la vida en tu interior, moviéndose, abriéndose paso a cada instante,

mantenerte presente aquí y ahora, 

agradeciendo cada aliento, 

cada arcada, cada noche horrible, dolor lumbar, costal, medial,

cada palabra, 

cada toquilla blanca

a todas las tías cristis del mundo.


Aunque creas que sepas lo que va a ocurrir mañana, 

tus carnes abriéndose, 

la electricidad recorriendo las espalda, 

cualquier imagen,

un encuentro, una reunión, proyección, un viaje...

en realidad no sabes nada. 


Yo tampoco.

Y repetirlo: no sé nada. 

Y repetirlo: Esto es lo único que existe

Y repetirlo: Ahí fuera hay muchas tejas sueltas.

Es muy hermoso.

21 noviembre 2021

Escena 1

Hoy rescato la memoria
de una vida pasada. 

Vida que, en un mes, 
será presente.

Hoy vuelvo a esa cabaña
de piedra
y paja.

Dentro hay apenas
dos objetos:
un catre y un caldero al fuego. 

Dos niños: 
un niño y una niña.

Y una ausencia: 
un marido noble trabajando. 

Lo más importante en esa estancia es, 
como suele pasar, 
lo que no se ve:

La presencia alegre y viva del momento presente:
normal, natural, cotidiano.

El calor de hogar, la limpieza y el orden
más allá del calor, la limpieza y el orden. 

El silencio más allá del silencio.

La fuerza de un lugar protegido y brillante
capaz de acoger a los hombres más rudos en su desesperación
y ofrecerles una compañía armoniosa y sanadora. 

La habilidad mágica de cuidar, nutrir y agradecer lo que es
en silencio
La sencillez de crear y sostener la vida 
en todas sus formas:

caldero, marido, madre. 

Si alguien no vio el valor 
que esto tenía
ese alguien tenía un problema. 

Muchos detrás caminarían desnutridos
y harapientos, 
con las carnes hechas llagas por dentro
y , tal vez, tal vez, un sombrero de copa por fuera, 
o un BMW serie 3, no importa.

La verdad es humilde
invisible a los ojos
de los ciegos.

Sensible al tacto 
de quienes se atreven a tocar
y a sentirla en sus pieles.

Porosa, me impregno de este sentir
de este latido sereno
y me lo llevo para cuando lo necesite. 

Tal vez para apaciguar 
el humor de una noche de llanto
Tal vez para volver a mi ser
casa
para mi. 

Y ya es bastante. 




03 noviembre 2021

Paseo con Naya

Después de dos días de lluvia incesante, el cielo amanece despejado y el sol se hace protagonista de este día De los Santos. Gélido como tantos. 

Salgo a pasear. Aprovecho para tirar la basura y poner un par de cartelitos para atraer a esa persona que nos va a ayudar con la limpieza de la casa. Naya me sigue. De un tiempo a esta parte Naya se dedica a acompañar a las visitas a casa, también acompaña a los vecinos a tirar la basura y, a veces, viene detrás de nosotros cuando salimos de paseo. Como hoy. Camina tras mis pasos, así como camina ella, dejando caer bien el peso de su cuerpo a un lado y al otro. Como un gánster. Su pelaje negro por arriba y sus ojos verdes amarillentos acompañan esta imagen amenazante suya. Amenaza que se ve interrumpida por el pellejo que le cuelga por debajo, como una campana bamboleando a un lado y al otro y que rompe cualquier sensación de dureza que pudiera provocar. Muchos preguntan si Naya está embarazada. Y no, más bien al contrario, ese pellejo es lo que queda de sus órganos reproductores, ya vaciados. 

Llegamos hasta el centro cívico, lugar donde pongo uno de los carteles. Huele mucho y rico a lavanda. Y allí entre el olor floral, Naya se planta, en la puerta, cerrada, hoy que es día de fiesta. Tal vez sea esto todo lo más que se ha alejado de casa... Tal vez huele peligro a seguir, porque ha dejado de seguir mis pasos y se ha quedado como clavada en la acera, mirándome y maullando. Así como lo hace ella: con la a y la g. Como quejándose. El otro día leí que los gatos solo maúllan para comunicarse con los humanos. Así que me aproximo a ver qué quiere. Veo que me deja acercarme más y más, hasta que la cojo en brazos y ella se revuelve de una forma extraña y en un par de movimientos se ha colocado encima de mi cuello. 

Por un momento dudo si no será mejor volver a casa: un poco más adelante hay un perro de caza y puede que me encuentre alguno más en el pueblo, paseando, qué se yo. El miedo es libre. La imagen de ese Husky sosteniendo en la boca a un gatito bebé, ya muerto, todavía está en mi memoria. Las lágrimas de Irene, también. Decido regresar a casa, pero justo cuando me encamino hacia allá, veo que en el camino hay tres personas con un perro suelto. El perro va a su bola, no parece haber reparado en nosotras. Y Naya tampoco ruge como le ruge a los perros, ni se ha puesto más tensa de lo que estaba, pero no quiero sustos. Además, también quiero pegar el cartelito en el bar. Decido caminar en esa dirección, pues. 

Con la gata asentada en mi cuello, camino alejándome de las casas que sé que pueden ladrarnos... al menos siempre que puedo. Nos adentramos en las calles más estrechas del pueblo. Ella está alerta. Y yo también. Bebé, dentro de mi, también está alerta. Un ruido inesperado me pone la pancha dura: es bebé el/la que siente el peligro y me avisa. Y así avanzamos como una pirata con su loro, surcando las calles del pueblo semi desiertas de frío y sol. Muy atentas a posibles peligros. Muy atentas a todo, en realidad. Naya va mirando a izquierda y derecha, su moflete suave contra el mío, sin perderse nada: ni las ventanas cerradas de las casas, ni ese trozo de tela en valla de la vecina, ni esa paloma que sale volando hacia el cielo cruzando nuestro horizonte en diagonal.

  • Ualaaaa la palomaaa que bonitaaaa- le digo y me río de pura dicha.

Por momentos parece que se va a caer, así que levanto el brazo izquierdo como para ayudarla a estar más estable. Ella se acomoda así en mi hombro, como una lora pantera.

Ya estamos aproximándonos a nuestra siguiente parada: el bar, con sus ventanas enrejadas y su jardinera en la entrada con sus aromáticas y su planta de plastiquete performático clavada en la tierra. El bar casi da la bienvenida al pueblo. Los coches que vienen desde la nacional lo encuentran sin ninguna dificultad aparcando en la puerta. Ahí justo hay un hombre deambulando con un perro negro. Lo lleva con una correa corta. Parece que va a subir la cuesta arriba, pero no. Se queda ahí, sin más. Como esperando a alguien, el dueño. El perro no para de olisquear aquí y allá. Tampoco ha reparado en la gata que llevo en mi hombro. Y Naya, si lo ha visto, no me lo ha demostrado. Me paro un instante evaluando la situación. Finalmente me aproximo al tablón de anuncios y pego el cartelito lo más rápido que puedo. 

Unos clientes salen del bar y hacen un ruido con las sillas de la terraza que parece un ladrido. Me asusto. No me había dado cuenta, pero estoy sudando. Meto la cinta de carrocero en el bolso y sigo mi camino de vuelta a casa. Vuelvo por un sitio mucho más amplio y tranquilo. Tanto Naya como yo lo percibimos. Ella se empieza a mover en mi hombro, yo me inclino hacia adelante y ella baja graciosa al suelo, para seguir el camino a pata, como hacen los gatos. El bamboleo de sus entrañas vacías vuelve a coger ritmo, y yo también, comienzo a caminar un poco más alegre y suelta. Pudiendo soltar esa actitud de atención-supervivencia.

A nuestro lado pasa un coche antiguo despacio. Un hombre con visera nos saluda sonriente, mirando nuestra escena: Naya va detrás de mi, como si fuera un perro. Aunque en realidad es una pantera gánster con visos de loro vestida de gata. Seguimos caminando acompasadas, observando el otoño tiñendo los árboles de colores preciosos, cálidos, abrigando las aceras con sus hojas y sus olores secos. El viento fresco nos arrima a la cara los rayos de sol dorado, regalo del mediodía, mientras seguimos caminando. 

Pasamos la primera de las casas de nuestra hilera. Las lluvias le han dejado la puerta llena de barro. Así que sorteamos un poco esa acera. Después volvemos a ella hasta que nos encontramos con el hombre que nos ha sonreído desde el coche. Acaba de meterlo en el garaje y así, entre el coche, la lavadora secadora, la leña y las baldas con cajas aquí y allá, intercambiamos unas palabras. Es un hombre espigado, ya con las pieles colgando en su rostro, tanto como ese chubasquero azul que lleva, que parece que no le termina de asentar en ningún lado. Tiene las mejillas sonrosadas y una gorra descolorida y vieja. 

- Yo también tengo una gata. Y no soporto ver los gatos desatendidos. Por eso les doy de comer por las mañanas- me cuenta.
- Ah, así que eres tú... - respondo.

Yo he visto esa escena: un hombre ahí parado por la mañana y cuatro o cinco gatos comiendo del suelo una montañita de pienso. Es él. Tiene un acento raro. Pronto descubro que es italiano.

Ya estamos en terreno conocido, así que Naya puede lucir su parte blanquita, la interna, su pancha y sus patas por dentro. Se restriega un poco contra la acera y después se deja caer haciendo el barquito con las patas para arriba, como esperando una caricia que solo el sol le da. Después vuelve a posar su parte blanca en el esquinazo de la acera y volviendo a su faceta de pantera, cierra los ojos y mueve el rabo a un lado y al otro, como si estuviera en la rama de un árbol. 

- Mírala, como te espera y como te acompaña. 
- Sí, le encanta estar con la gente y salir a pasear. 
- La mía jamás haría algo así. 
- Ya, Naya es una gata muy especial. 

Me siento como una madre orgullosa de su retoño. Y, como queriendo poner distancia entre mi sentir y mis palabras, aclaro que no es mi gata, que solo la estoy cuidando. Como esas madres que justifican lo que sienten por sus hijos porque la maestra o un ente externo concuerda con ellas. Algo así. 

Lo cierto es que me hace muy feliz su compañía. Me encanta asistir a lo cotidiano de la existencia con ella, poder bañarme en su presente continuo. Entrar en su pelo, suave y descubrir formas nuevas de acariciarla. Y avanzar juntas. Yo nunca había tenido una gata, ni ningún otro animal con el que hubiera tejido un vínculo y tenía mis reparos: con las uñidas, con los pelitos. Ella también tiene sus cosas. Pero hemos ido aprendiendo a acercarnos. Por eso me ha parecido tan mágico que se subiera a mi hombro. Atreviéndonos a apoyarnos en la otra.

Y que ahora esté ahí, ofreciéndose al calor del mediodía y a la mirada atenta de Giuseppe. Hasta que nos despedimos, con mucho gusto de haber conocido a otro de nuestros vecinos. Y eso también es gracias a Naya. 

- Seguramente volverá a saludarte en el algún momento. - le digo refiriéndome a Naya. 

Él abre las manos y ladea la cabeza, como diciendo 'aquí estaré'.  

Y así retomo el camino a casa, y Naya conmigo. Ya en esta zona del paseo está totalmente en su salsa, donde conoce los ladridos de los perros vecinos, que, sabe, están a los otros lados de la verja. Así que ni se inmuta con sus ladridos. Ella sigue bamboleando su panchita y caminando alegre, hasta que entramos en casa y, entonces, se tumba inmediatamente, como agotada, dejando caer toda su parte blanca contra el suelo. 

Mi amor. Creo que ser madre será algo parecido a esto. 

- ¿Qué tal el paseo? - me pregunta Álvaro desde el piso de arriba. 
- Más bieeeeen. - respondo. 

Y nos preparamos para llegar tarde a Castrojeriz.


09 octubre 2021

Aurora o Diamantino

No sé tu nombre aún

y sin embargo sé que vienes en nombre de la luz y el juego.


Por eso te invoco sin palabras, 

viéndote en escenas de bondad y alegría, 

abriendo el corazón de los hombres y mujeres que te rodean, 

empezando por el mío.


Te imagino, belleza, caminando presente

y tus cabellos negros azulados ondeando al viento

recordándonos nuestra esencia

de amor, de ternura y fuerza, de compañía amable y generosa.


Veo tu piel humana, divina,

curtida de sol y éter 

rica de experiencias y memorias

para compartir.


Veo en tus ojos los míos, 

siempre brillantes, 

a pesar de todo,

siempre aguardando 

el despuntar de la victoria al alba.


Miguel o Deva,

hasta que sea.


05 septiembre 2021

#34

 ...Y entonces le dijo: 

- Te quiero.

Y lo sintió.

¿Qué será eso?

 ¿Qué será eso?

Observo el latir de mi corazón

cuando tu mirada, 

marrón con líneas verdes,

se encuentra con la mía.


Me alegro de verte

de nuevo frente a mi

después de tanto tiempo

y tantas cosas.


Disfruto el olor a sudor

mamífero

lo carnoso de tu cuerpo esquelético

cuando, aprovechando que el reloj no nos persigue,

nos vamos a coger moras.


Una mora 

no más

encontramos,

jugosa y ácida, 

pero mora. 


Agradezco 

que la niebla 

no nos ha seguido 

hasta el mar.


Me sorprendo

al verte saltar 

en el agua después de una carrera

como diciendo

no te salgas todavía.


Y... ¿Dónde iría yo, 

sino aquí 

en este mar frío y cálido?


¿Dónde iría yo, 

más que aquí, 

trenzando tu pelo negro, gris, salado?


Y quedarnos dormidos, 

ensortijados, 

como exhaustos

después de haber hecho el amor con la vida.


Y decirte te quiero

y preguntarme 

qué quiero decir 

cuando te digo 

te quiero.


Si es solo que no me cabe más dicha dentro 

o que me encanta la vida contigo.


Y preguntarme si esta vista de ti, el sol detrás y delante las ramas violentas, salvajes, es amor.

¿Será esto el amor?


¿Verte infinito y vulnerable 

con estos ojos

infinitos y vulnerables?


¿O amar será amar 

sin preguntarse hasta cuando?

12 agosto 2021

Aurora

Cuando solo los ojos expertos 

podían adivinar

la vida manifiesta en los tuyos

y la forma ya decrépita 

y dependiente de otras formas...

tu forma,

ya casi totalmente independiente de tu voluntad

tu forma,

convertida en roca,

limitación, 

cárcel,

hoy trasnmutada en cenizas, 

recuerdos de una risa eterna

de un pulso vital alegre

de un color de ojos valiente.


Ahora, 

tu forma,

libre de la forma, 

vuelta a su esencia: espíritu sin forma, libre, suelto, infinito, 

nos regala de nuevo el eco de esa risa eterna, 

entrecortada, 

tuya. 


Esa risa que perdura (rá)

más allá 

de las alegrías

y las penas.


Esa risa nuestra

que volerá a reverberar

en nuestro próximo encuentro.


Cuando sea.



04 agosto 2021

Lugares pequeños

A veces te veo 
y me siento pequeña.

Pequeña como se sienten 
las cosas 
las personas
los entes
frente a otras
cosas
personas
entes más grandes.

A veces te veo 
y me sorprendo 
de todas las capas 
que tienes.

Las feas me las enseñaste 
primero.
Por eso, cada vez,
me siento 
más pequeña 
a tu lado, 
ahora que mis caras feas
emergen.


me siento grande porque veo mis pequeñeces
y no dejo que me arrastren.
La conciencia 
es un super poder 
insuperable.

No quiero 
de ningún modo
llevarte a mi rincón pequeño.

Quiero que me lleves
a tus lugares grandes.

Quiero llevarte
a mis lugares grandes
también. 

Nos quiero valientes,
tanto, como para ver
nuestros lugares pequeños
y rellenarlos
de oro
y diamantes. 

05 julio 2021

Cambios

De pronto los olores se volvieron más intensos:

la lavanda, la menta, el tabaco, la noche. 

Sensación de asfixia en mi propio cuerpo.

La oscuridad y todo eso que ya escribí.


Después, la huida, el regreso a mí, 

a mi nuevo mí. 

Regreso al viento norte

cantando Lokah Samasta

y flores blancas de la acequia 

cayendo sobre la caravana y el jardín.

(todo para mi)


Después, sí, el malestar digestivo, 

el agotamiento, el asco, la dependencia,

la molestia de la cortacésped cortando el césped siempre a la hora de la siesta

y todo eso que siempre que se cuenta se cuenta. 


También la alegría, la ilusión, ay que ganas,

la magia, las felicitaciones, los buenos deseos, los llantos. 


(me encantan los llantos)


¿Podemos aceptar que todo está en constante cambio?

Porque todo está en constante cambio:

el desdoble del corazón, la piel multiplicando células,

el liquídito de los pepinillos, los movimientos que ahora ya son imposibles.

Y esto va a más.

A más a más.

¿Podemos aceptar que la vida nunca se estanca?

Eso mismo me pregunto 

mientras solo observar estos árboles bailar

me da asiento en el torbellino de emociones que siento. 

¿Qué siento?

Soy una bomba de relojería a punto de estallar. 

Si detono solo una de las palabras bombas que me habitan,

una o dos personas morirán.

Tic tac.

La vida es breve.

Tic tac.

La vida siempre se está acabando. 

Tic tac. 

La vida siempre está explotando. 

En cada palabra. 

En cada flor.

En cada abeja hincando su aguijón en tu sien.

Tic tac.

La vida se abre paso

en mi oscuridad.


¡Que se detone la vida!

¡Bang!

Con todas sus consecuencias. 







17 marzo 2021

Pesadoto Bombín

¡Miralé! por ahí viene otra vez, con ese caminar tan únicamente suyo. Va en una dirección, totalmente decidido y, de pronto, cambia de dirección 90 grados y sigue caminando con la misma intensidad y decisión. Se acerca a mi, avanzando así, como por ventoladas huracanadas. Tan huracanadas y repentinas que una podría sentir hasta miedo de verle moverse así, como si fuera un loco, con la cabeza bien echada hacia adelante y esos zapatones haciendo ruido sobre el pavimento. Y una podría sentir mucho miedo, teniendo en cuenta que se acerca, ¡porque se acerca! 

Pero apenas le veo los ojos me doy cuenta de que es inofensivo. En su mirada se dibuja la imagen de la desorientación más absoluta y, podría decirse, desesperada. Realmente no sabe dónde va, pero finge que sí lo sabe. Y se mueve desde ese no pero sí.

Cuando llega hasta mi se queda muy cerca. Muy muy cerca. Tanto que puedo olerle el aliento. Y, por más que intento salir de su órbita, no puedo. Y es un poco desagradable, porque huele a viejo y gastado. Y no para de hablar. Y habla ¡igual que camina! De pronto me empieza a hablar de un tema y racaracaraca y con mucha vehemencia intenta convencerme de que racaracaraca hasta que él mismo se agota, como una peonza a la que se le para el giro. Y después le viene otro tema y venga con el chincli chincli chincli chincli y venga a intentar convencerme del chincli. Él mismo se cree que está en posesión de toda la verdad, tanto cuanto está en el raca como cuando está en el chincli. Incluso le cambia el gesto y los movimientos al defender una postura o la otra. Pero ocurre, y esto es lo más gracioso de todo, que a veces raca y chincli son exactamente ¡cosas contrarias! El pobre... no sabe qué pensar y en lugar de quedarse ahí intenta hacerme avanzar en todas direcciones creyéndose siempre que esa es la buena, única y definitiva idea que nos llevará al éxito supremo del siempre chupimega yeah!

Pero Pesadoto Bombín no se da cuenta de todo eso. En su locura, él solo encuentra alivio si logra empujarme. Él intenta todo el tiempo sacarme de donde estoy. Hacer que me mueva. Unos días a por raca otros días a por chincli. Y lo hace sin ningún tipo de tino ni de alegría. De modo que, la verdad, su presencia resulta agotadora. Si al menos le oliera el aliento a fresa... 

¡Solo plantea un ir por ir que, la verdad, no tiene sentido alguno! Al principio me pillaba por banda y me metía unas turras que si raca raca, chincli chincli que terminaba con la cabeza cuadrada. Otras veces lograba convencerme de sus despropósitos y lograba que me fuera a otra parte, ¡todo para nada! pero cada vez voy aprendiendo más que no quiero estar en su presencia. Así que, cuando le veo venir, trazando eles por el pavimento con esos zapatones, me rodeo de luces blancas, amarillas y azules, me convierto en brizna de hierba y dejo que el viento me lleve a otro lugar. ¡Bliss!

Y al desaparecer mi presencia, al dejar de hacerle caso, Pesadoto Bombín se va haciendo más pequeño, más pequeño, pequeñín, pequeñísimo, diminuto, diminutivo, hasta que al final... ¡Bluf!, él también se convierte en brizna de hierba y deja que el viento le lleve a otro lugar. 

Y así, siendo los dos brizna de hierba mecida por el viento que sople en ese momento que no sabemos cuál es, ni carajo que nos importa, somos los dos mucho más felices. Sin duda. 

24 febrero 2021

A Tania

Casi uno que se pierde

casi uno que no llega.


Tu allí

poniendo a prueba mis flacos resortes

a punto de luna llena

mercurio retrógrado

y el sol en la 55.


Eso o tú allí

espejando un pasado que aún no había vuelto

una herida aún abierta

y no lamida.


Eso o tu allí mostrándome 

mis aires de grandeza

mezclados con mi ya clásica dicotomía esquizoide:

déjame en paz que me siento terriblemente sola.


Tu allí mostrándome 

lo hermoso de compartirnos en el ser

tan hermoso, fluido y ya.


Y yo aquí 

preguntándome 

qué será eso a lo que me sigo identificando

tan apretadamente.


Y yo aquí 

respondiendo no importa, suéltalo. 

¡Suéltalo, carajo!


Y yo aquí pidiendo perdón, 

agradeciendo, amando,

amando tanto lo vivido,

fugaz, recuerdo, presente eterno.


Yo aquí agradecida, 

arrodillada, 

en paz de nuevo. 


Divertida, 

pensando que las buenas historias 

empiezan fuerte.


Curiosa 

de ver el segundo capítulo

de esta trama.


Sin querer perderme,

queriendo llegar

queriendo star

soy.




16 enero 2021

Viaje interior bruto

Viajo siempre en primera clase.
Vaya donde vaya
miro siempre por la ventanilla.

Me gusta mirar el paisaje.
Las formas difuminadas
por el espacio tiempo,
las bolitas de luz invisibles al ojo humano.

Estos últimos días viajé 
a las cloacas de mi organismo.
Me llamaron y acudí,
¿qué iba a hacer?

¿Quién mejor que yo para ver
las formas desdibujadas de mi intestino delgado?
Su transitar abrupto en mi abdómen. 
Ese apéndice, nuevo, dolorido.

Observar un dolor móvil, serpenteante, 
burbujas, movimiento, gas.
Alivio instantáneo y después más,
rayos y diagonales en espiral. 

Y así tres, cuatro días. 
Empezando en la cresta y decreciendo.
Avanzando en el regalo de estar conmigo y con mi mierda. 

¿Quién mejor que yo para aprender a mover mi mierda?
porque, uh papi, eso sí era mierda.
Mis atracones, mis excesos, fritos, mezclas imposibles, el cero, pero cero, cuidado con mi templo. Todo eso estaba ahí recogido para que yo lo viera. 

¿Y a quién le iba yo a dar eso?
Se lo di a mis manos, a mi conciencia, a mi luz.
Para que aprendieran por dónde no hay que caminar. 

Y algo hemos aprendido.
Que no todo lo que nos llevamos a la boca es alimento.
Que en el futuro, será mejor llenar los vacíos de silencio
y viaje interior.

La próxima vez, de placer y amor.



Las dos caras

Acabo de ver la otra cara de la moneda
y agradezco.

Mas que verla la he sentido.
Dentro de mi.
Operando.

Por cinco meses.

La luz se comprende mejor cuando comprendes la sombra
el dolor, el control, la exigencia, la orden, la dependencia
sombra oscura casi negra.

El sufrimiento tiene muchos nombres.

Yo también. 

Yo soy Luz, radiancia, alegría, vitalidad, pasión, humor chorra, creatividad.
Fluyo y me adapto a todo
A todo lo que forma parte de mi, claro. 

A menudo nos acostumbramos a lo ajeno
hasta llegar a pensar que es nuestro
O peor, que eso es lo que somos.

Doy gracias
doy gracias con reverencia
por haber sentido la oscuridad en mi
por haber sacado la oscuridad de mi.

Doy gracias a quienes me asistieron
doy gracias
doy gracias
gracias.









Manglar

Tiri tirita 
mi tripita.

Cámbila
cámbila singlita.

Aintanahú 
malingli 

lingli glingli uh!

Langli mangli

Oooooh...