13 abril 2014

‘Era la primera vez’

La primera detención en Gamonal.
El nombre no es real.

Un grupo de personas se niega a irse a casa. La reunión en las traseras de la calle Vitoria se ha disuelto entre la prisa y la prensa echándose encima, entre el ‘hay que hacer algo’ y ‘no somos bastantes’. Pero ahora son menos. Una de las pocas que quedan ahí es Marta. Observa la calle con la piel tersa de los dieciséis bajo ropa de color negro. Sus rizos a salvo del frío y de la identificación, bajo una capucha. Su convicción de que algo había que hacer – no podían esperar a mañana. Y, en cambio, no se deciden.

De pronto unas señoras tiran dos vallas en el lateral. Marta y las demás personas, las acompañan. Tiran las vallas una a una, algunas desde dentro otras desde fuera - cuando las vallas aún no estaban grapadas al suelo. Jueves por la noche. A punto de terminar, la calle se tiñe de azul. Cuatro lecheras. Ocho coches. Y mucha secreta. Mientras las mujeres, las señoras, se quitan la capucha y se van a tomar un café, Marta y las demás echan a correr por la barriada Juan XXIII y se dispersan por donde pueden. Error - dice Marta, deseando haber actuado como las mujeres.

‘Nunca me había visto en una tan gorda’ – dice - ‘corriendo delante de la policía’. A pesar de que tenía la sensación de que la iban a ‘enganchar’, pensaba que no podía dejar llevarse por el miedo. Así que ahí está, con sus mechones a cubierto, viendo como todo el mundo corre para todos los lados, corriendo sin saber muy bien a dónde, hasta que no ve a nadie. Y se queda parada.

-       Marta, están ahí, ¡corre! – oyó que alguien le decía.

Y reanuda la carrera, esta vez ya con el aliento de un policía en la nuca. Otra mujer, policía, le cerraría el paso. Fin de la partida. Manos contra el coche y registro. Le quitan el móvil y mandan wassaps a sus compañeros. Muchos mensajes iguales ‘¿Dónde estás?’ Marta estaba tan nerviosa que ni se enteró de que se lo habían quitado. Montan en el coche. Ella no sabía qué hacer, sólo tenía ganas de llorar, estaba muy nerviosa, no sabía que hacer.

Ya en comisaría pensó que su único delito había sido tirar una valla. Que no le iban a hacer nada por eso. Que sólo querían intimidarla. ‘Y me puse chula’- dice. Mientras una policía le interroga, otro apunta sus números de teléfono. ‘Yo tenía el… – y su dedo índice se desliza en horizontal en el aire- Error’. No tenía un código de desbloqueo personal.


Cuando sus padres entran en la sala, no entienden la actitud de Marta, con el ceño fruncido, los brazos cruzados, la mirada fija- ‘yo le miraba como me miraba él a mi’. Cuando reproduce cómo hablaba su voz se vuelve grave. Sólo quería ser fuerte para que no la intimidaran, para que no le sacaran ninguna información. Pero eso tendría que explicárselo más tarde, ya en casa. Esa noche toda la tensión acumulada salió a flote, las imágenes, ‘cómo te trataban’, las voces, ‘están ahí’, todo, dando vueltas en su cabeza. Y después el llanto y su madre. 16 años. Esa semana no iría a clase. ‘Era la primera vez’ – dice.

Despido procedente

Un talón peina la moqueta, un pie se apoya. Otro talón que peina, otro pie que se apoya. Una conversación que cesa. Un teléfono que se cuelga de un golpe. Unos labios que vibran al expulsar aire y aire.


- ¡Qué ganas tengo de terminar con este asunto, por dios! – dicen.


Un culo trajeado que se sienta en una silla de cuero negra. Unas rodillas fornidas que hacen girar un cuerpo hasta ponerlo de frente al escritorio. Vetas oscuras dibujan llamas y gotas concéntricas sobre una superficie más clara. Madera de nogal con bordes redondeados. Tacos de folios y cuadernos apilados aquí y allá. Una agenda. Unas manos se apoyan. Una busca un bolígrafo y lo gira. La otra coge la agenda y la abre. Un dedo recorre los asuntos del día. Un pie nervioso aplana la moqueta. Una cabeza piensa que ya son las cinco y que aún quedan un par de cosas por resolver. Unos labios se aprietan. Un botón se pulsa.


- ¿Sí? – se oye por el altavoz.

- Rocío, dígale a Juani que me traiga un café con leche, por favor.

- Ahora mismo.

- Gracias.


El bolígrafo gira en una mano, cae de vez en cuando al escritorio. Sólo muy de vez en cuando. La cabeza se levanta. Dos ojos huecos ven una silueta que inunda las líneas horizontales de las persianas metálicas. Dos golpes suenan en la puerta.


- Adelante.


Un pie que se arrastra por la moqueta. Otro que camina. Un pie se arrastra por la moqueta. Un café se posa sobre el escritorio. A su lado, una servilleta y un vasito de agua.


- Su café.

- Gracias, Juani.

- De nada.


Un pie se arrastra de vuelta.


- Disculpe, ¿le importaría sentarse un momento?

- Claro que no - responde ella.


Un labio inferior se muerde por dentro. El carmín se apretuja. El bolígrafo descansa en el escritorio. Una falda se estira hasta las rodillas. El azúcar se vierte en el café. Una cabeza se pregunta si tendrá que esperar a que el señorito se tome el café para escuchar lo que quiera que tenga que decirle. Dos talones, escondidos debajo de una silla, chocan entre sí. El otro da un sorbo.


- El café que usted prepara está exquisito. Fuerte y cremoso. – y se relame.

- Gracias.

- Si, ¿cuántos años son ya? ¿cuatro?

- Tres.

- Ah sí. Tres años con nosotros. Pocas camareras hemos tenido aquí más eficientes que usted. Esto quiero que lo recuerde.

- Gracias.

- Lo que en realidad me propongo decirle es – un pie se adelanta, el cuerpo se echa hacia delante- que mañana no tiene que venir a trabajar.

- ¿Cómo?

- La subcontrata para la que trabaja necesita recortar personal y usted ha sido una de las elegidas. Su despido, por lo visto, es el más barato.

- ¿Y me lo dice así, y de un día para otro? – los pies salen del escondite. Los brazos se acodan en el escritorio, del otro lado.

- Es el procedimiento, entiéndalo. No nos podemos arriesgar a tenerla aquí de pataleta. Piense en los clientes. Daríamos mala imagen.

- ¿Y ustedes no pueden decir nada?, ¿defenderme? ¿No decía que estaba contento con mi labor?

- Si, ya… pero no. No podemos hacer nada. Además, tampoco tenemos tiempo para hacer esos trámites. Habría que enviar un escrito a su empresa, sellado por el responsable del servicio y firmado por mí mismo, hablar con la sustituta que ya habíamos acordado y decirle que no… en fín, un engorro. No podemos, no.

- Ya.

- Tiene que entenderlo. Ya sabe cómo son estas cosas.

- Ya…

- Y encima está lo de su cojera…

- Bueno, ¡ya lo entiendo!

- Perfecto, sabía que podía contar con su inteligencia. Ya le tengo todos los papeles preparados, para ahorrarle molestias. Firme aquí – y gira el bolígrafo media vuelta más para ofrecérselo.

- ¿Dónde?

- Aquí, aquí y aquí y en las copias correspondientes, aquí y aquí.


Juani firma sin firmar, pone un punto bien calado al final de cada garabato. Deja el bolígrafo encima del escritorio. Arrastrando un pie y caminando con el otro se acerca a la puerta.


- Disculpe, Juani.

- ¿Si?

- Me han dicho en su empresa que si puede deje el uniforme aquí mismo.

- … - el carmín se le apretuja.

- Gracias.


Agarrándose en el pomo de la puerta, Juani se descalza y se quita los pantys. Ante los ojos huecos del otro, los sostiene con dos dedos y los deja caer. Arrastrando un pie y caminando con el otro, dibuja una silueta sobre las horizontales metálicas. Tira la etiqueta de la subcontrata, que rebota sobre la moqueta. Y aún más, hace un sendero de ropa hasta la puerta, dejando caer también la camisa, el chaleco y la falda. El carmín vuelve a su forma. Caen también las bragas y el sujetador.

11 abril 2014

Escena en #OccupyIbercaja

Se abre la puerta. Una mano saca un papel - un folio - y se lo da a una mujer. La puerta se cierra.

- Ya habéis conseguido lo que queríais, ¿no? - dice el nacional alfa.
- No. Hemos venido a por la condonación de la deuda y nos ofrecen un aplazamiento del desahucio - dice la mujer.
- Entonces, ¿salís solos o tendremos que sacaros?
- Tendréis que sacarnos.
- ¿Queréis que os dejemos un rato más aquí?
- Si, así hacemos una asamblea o algo.
- Bien. A las dos en punto empezamos.

La mujer se sienta junto al fondo de la sucursal de Ibercaja de Gamonal, junto a Jose Antonio y otra decena de personas. Una de ellas dice: 'redes, redes' y desde su móvil llama a prensa. 'Si venís ahora llegáis a tiempo de grabarlo'- dice.

Antes de que den las dos, una pareja decide que no es momento de hacer gestiones de esa manera, con las luces de la oficina apagadas, todo el suelo lleno de papelitos y el megáfono en modo 'repeat' diciendo 'no nos vamos'. Meten los papeles en la carpeta y se van. Lo de Jose Antonio no va con ellos.

En su camino hacia la salida, se cruzan con más nacionales.

- Ahí vienen.

Ya son las dos.

- Había alguien con problemas en el hombro ¿no? - dice el nacional alfa.
- Si, yo tengo una discapacidad.
- Sería mejor que te fueras tú sola.
- No, yo he venido aquí con mi amigo y con mi amigo me vais a sacar.

Toman al primero por las axilas y tiran de él. Se levanta y sale caminando.

- ¡Así no! ¡Peso muerto, peso muerto! - le gritan.
- Estas baldosas resbalan, ¡déjate caer! - le grita otro.

Y así, como pesos muertos, no oponemos resistencia, tampoco les facilitamos la tarea, nos van sacando de la sucursal entre sudores, cargando con nuestros cuerpos, vivos, haciendo surcos entre los papelitos del suelo, dignos, arrastrando el culo por las baldosas.

El lunes volveremos.

* los diálogos son aproximados, obviamente no llevaba grabadora conmigo.