La primera detención en Gamonal.
El nombre no es real.
Un grupo de personas se niega a irse a casa. La
reunión en las traseras de la calle Vitoria se ha disuelto entre la prisa y la
prensa echándose encima, entre el ‘hay que hacer algo’ y ‘no somos bastantes’. Pero
ahora son menos. Una de las pocas que quedan ahí es Marta. Observa la calle con
la piel tersa de los dieciséis bajo ropa de color negro. Sus rizos a salvo del
frío y de la identificación, bajo una capucha. Su convicción de que algo había
que hacer – no podían esperar a mañana. Y, en cambio, no se deciden.
De pronto unas señoras tiran dos vallas en el lateral. Marta
y las demás personas, las acompañan. Tiran las vallas una a una, algunas desde
dentro otras desde fuera - cuando las vallas aún no estaban grapadas al suelo.
Jueves por la noche. A punto de terminar, la calle se tiñe de azul. Cuatro
lecheras. Ocho coches. Y mucha secreta. Mientras las mujeres, las señoras, se
quitan la capucha y se van a tomar un café, Marta y las demás echan a correr
por la barriada Juan XXIII y se dispersan por donde pueden. Error - dice Marta,
deseando haber actuado como las mujeres.
‘Nunca me había visto en una tan gorda’ – dice - ‘corriendo
delante de la policía’. A pesar de que tenía la sensación de que la iban a
‘enganchar’, pensaba que no podía dejar llevarse por el miedo. Así que ahí está,
con sus mechones a cubierto, viendo como todo el mundo corre para todos los
lados, corriendo sin saber muy bien a dónde, hasta que no ve a nadie. Y se
queda parada.
- Marta, están ahí, ¡corre! – oyó que alguien le decía.
Y reanuda la carrera, esta vez ya con el aliento de un
policía en la nuca. Otra mujer, policía, le cerraría el paso. Fin de la
partida. Manos contra el coche y registro. Le quitan el móvil y mandan wassaps
a sus compañeros. Muchos mensajes iguales ‘¿Dónde estás?’ Marta estaba tan
nerviosa que ni se enteró de que se lo habían quitado. Montan en el coche. Ella no
sabía qué hacer, sólo tenía ganas de llorar, estaba muy nerviosa, no sabía que
hacer.
Ya en comisaría pensó que su único delito había sido tirar
una valla. Que no le iban a hacer nada por eso. Que sólo querían intimidarla.
‘Y me puse chula’- dice. Mientras una policía le interroga, otro apunta sus
números de teléfono. ‘Yo tenía el… – y su dedo índice se desliza en horizontal
en el aire- Error’. No tenía un código de desbloqueo personal.
Cuando sus padres entran en la sala, no entienden la actitud
de Marta, con el ceño fruncido, los brazos cruzados, la mirada fija- ‘yo le
miraba como me miraba él a mi’. Cuando reproduce cómo hablaba su voz se vuelve
grave. Sólo quería ser fuerte para que no la intimidaran, para que no le
sacaran ninguna información. Pero eso tendría que explicárselo más tarde, ya en
casa. Esa noche toda la tensión acumulada salió a flote, las
imágenes, ‘cómo te trataban’, las voces, ‘están ahí’, todo, dando vueltas en su
cabeza. Y después el llanto y su madre. 16 años. Esa semana no iría a clase.
‘Era la primera vez’ – dice.