18 enero 2012

Esos dos brillantitos rojos



Es curioso cómo a veces una repara en las cosas. Si yo no hubiese perdido el pendiente en la ducha no habría sido consciente de que lo llevaba, o de que ya no lo llevaba. Con lo despistada que soy, que muchas veces no sé ni dónde tengo la cabeza, entonces, como para saber si llevo los pendientes o no. Imposible. Yo no. Pero lo vi ahí, brillando en la rejilla, salvado de caer en las profundidades del desagüe.

Si yo hubiese dormido como se tiene que dormir, cerrando los ojos y descansando, no me habría alterado por el incidente. Pero llevaba unos días levantándome más cansada que un perro y amanecí sin pendientes. Y ni rastro de ellos en la cama, ni en el suelo, ni en ningún lugar lógico. Ni ilógico. Miré hasta en la nevera. ¿Acaso me habría levantado aquella noche sonámbula y me habría quitado los pendientes? Eso tenía sentido, cerraba el círculo. Pero seguía siendo raro. O a mi me lo parecía.  

El destino jugaba conmigo. ¿Por qué quitarme un pendiente, para después quitarme los dos? ¿Por qué no arrancarme los dos de una vez? No es nada usual perder las cosas en dos tiempos. ¿O si? Porque, ¿cómo suele perder las cosas la gente normal? Que alguien normal me lo explique. Porque estuve un par de días haciéndome preguntas, dándole vueltas al significado oculto que eso podría tener. Sin llegar a ninguna conclusión firme. 

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