04 julio 2012

La magia existe

Esto era un sábado. Y estábamos en el patio de un colegio pasando la tarde. Yo y unas cuantas monitoras más con un grupo de jóvenes con discapacidad intelectual. Aunque sospecho que esa palabra, discapacidad, no sea más sea otra de las convenciones erróneas que asumimos sin pensar, sin conocer, nosotras, las personas capaces. 
Y bueno, ya habíamos terminado de merendar, ya nos habíamos saludado entre todas, cada una a su manera y nos fuimos a bailar. Porque esa tarde había organizada una verbena. Alrededor había mucha gente, muchas familias, niños que jugaban al fútbol y niñas que bailaban como locas. Y ahí estábamos nosotras, en mitad de ese jaleo, pasándolo bien. 
De pronto, Jesús no estaba a gusto ahí parado y quería caminar un rato por el patio. Como yo sé que es feliz así, escapista, me alejé del grupo para acompañarle. Jesús es un chico muy listo porque sólo pronuncia las palabras que le gustan. Ocasionalmente, si tú le dices una palabra, él la repite, pero por lo general él sólo dice verde, amarillo, globo y choca, para que le choques los cinco.  
En nuestro paseo por el patio Jesús intentó robar pelotas de aquí y allá, hasta que un hombre nos dejó la suya. A Jesús le encanta jugar a la pelota. Así que nos pusimos a jugar un rato. Él a dos metros de frente a mi, lanzaba la pelota altísima, que botaba en medio de los dos y llegaba a mis manos perfecta, sin que yo tuviera que moverme un ápice. En cambio, yo tuve que lanzarla unas 30 o 40 veces mal para poder devolvérsela en las mismas condiciones. Seguramente Jesús pensó que yo era un tanto incapaz, pero como no le gusta esa palabra, no me lo dijo. 
De pronto, tuvimos que devolver la pelota a su dueño, así que, retomando el paseo por entre la gente y dando la vuelta al patio, dimos con una pareja, un niño y una niña, que estaban jugando al baloncesto en una canasta sin canasta. 
Jugaban uno contra uno, tiraban a la esquinita del tablero y celebraban las canastas como si fueran de verdad. Tenía el niño el balón en las manos, cuando Jesús se le acercó con la boca bien abierta y los brazos extendidos hacia la pelota, como un robot. El niño me miró perplejo. 
- Sólo quiere dar un par de botes con la pelota. ¿Se la dejas un ratín? Luego te la devuelve- le dije. 
Y el niño, asintiendo, se la dejó. Mientras Jesús botaba la pelota, él le miraba atento, curioso, de un modo parecido al que mucha gente emplea para mirar a Jesús, incluída yo el primer día. Por suerte Jesús no se fija en quién le mira y menos en ese momento, tan contento como estaba botando la pelota. Un bote por cada veinte segundos, Jesús se mueve como si tuviera que pensar antes cada movimiento. Después de unos minutos, le devolví la pelota al niño. Y, antes de dar otro paseo, le dimos las gracias. 
Rodeamos nuevamente el patio, por si había alguna novedad, y volvimos al mismo sitio. Esta vez era la niña quien sostenía la pelota. Y otra vez que Jesús se acerca a ella, hacia la esfera mágica, las manos en alto, como un robot.  
- Por favor, ¿le puedes dejar la pelota otro ratito?- le pregunto a la niña. 
La niña me mira, asiente y le deja la pelota a Jesús, que la bota, que me mira, que mira a la canasta sin canasta, que me vuelve a mirar, la niña le sigue mirando y a mi, por turnos. Jesús bota la pelota de nuevo, mira la canasta, me vuelve a mirar con cara de pillo, vuelve a botar la pelota y tira a la canasta sin canasta. La pelota rebota en el tablero y vuelve a él. 
- ¡Menudo canastón! - dice la niña.
Y Jesús coge la pelota, se acerca a ella, le ofrece una palma abierta y le dice: 
- Cho    ca.
Y la niña, choca. 

No hay comentarios: