12 noviembre 2017

Ir al Ausangate

Llegamos a la plaza de armas de Ocongate. La típica plaza de armas. Banquitos, jardincitos, las mamitas hilando o tejiendo o vendiendo mate, maca, quinoa, cosas, hombres haciendo casas de adobe, hombres mirando el horizonte y una estatua siempre horrible en el medio. En este caso, una estatua de homenaje a los Ukukos de Qoylloriti, las personas que se juegan el tipo una vez al año para coger un trozo de hielo de la montaña del Ausangate, uno de los Apus sagrados de la cultura inca.

Hemos ido hasta allí para conocer a Carlos. Una persona que nos puede ayudar a adentrarnos en la cultura inca, según nos han dicho. Carlos nos explica con pocas palabras lo que hace. Limpieza. Despacho. Hojas de coca. Si. A tanto cada cosa. Le pregunto si eso sirve como iniciación al camino inca. Y me responde cualquier cosa. Tiene que volver a trabajar. Y nos dice que le llamemos en tres horas si es que queremos hacer algo con el. Carlos tiene los ojos amarillentos y aspecto poco aseado. Lleva una gorra azul celeste ya casi blanca y ropa viaje, sucia, rota. En los pies, unas ojotas, las típicas chancletitas andinas. No es lo que busco, tampoco me da buena impresión. Apenas me mira a los ojos y no me responde lo que le pregunto, pero de alguna forma siento que es con él con quien voy a conocer el Ausangate. Es curioso.

- ¿Cuanto dura eso? - preguntamos.
- Dos días - dice.
- Entonces, ¿dónde dormiremos?
- En casa, normal- dice.
- Vale, pues después te llamamos.

A las 5 estamos caminando hacia su casa. Treinta minutos de caminata por la carretera y unas chispitas de lluvia. Viramos a la derecha, a la altura del puente y caminando entre tímidos cultivos esta su casa. Su proyecto de casa, de adobe, a medio hacer y otra estancia. Allí esta su compañera, Julia, una mujer menuda de trenzas negras anudadas a la espalda que me abre los brazos con una sonrisa y una mirada limpias. Esta sentada en una piel de alpaca en un suelo de tierra. Tejiendo. A su izquierda una pequeña cocina de leña ennegrecida y a su derecha un catre, en el que nos sentamos mi compañero Roni y yo. Ella solo habla quechua. Así que para su facilidad Roni me hace la traducción. Yo me acomodo al ritmo andino y observo las pausas infinitas entre una pregunta y su respuesta o entre una frase y otra. Es como si estuvieran pensando la respuesta, aunque en realidad no. Hablamos. Les decimos que quiero hacer la lectura y el despacho y negociamos el precio. Carlos lo consulta con Julia. Normal, dicen.

Las hojas de coca dicen que estoy preocupada. Por que estoy lejos de mi casa y por mi familia. Lo cierto es que desde que llegue a Perú (hoy se cumple una semana) no he logrado dormir bien y mi cuerpo suelta espasmos cuando me tumbo. Eso ocurre a pesar de estar feliz de estar aquí y de haberme sentido super bien acogida. Es curioso. De mi familia me preocupa mi hermano y las hojas de coca recomiendan hacer un despacho por el también. Y a mi me recomiendan una limpieza. Así que eso haremos.

Julia se pone a cocinar una sopa a base de patata, caracolillos de pasta y algunas especias. Y, mientras, interactúo con las pequeñas Luz Marina y Jennifer, sus hijas de 8 y 7 años, y Daniel, su hijito de 6. Cantamos muchas canciones y jugamos a algún juego. Nos reímos mucho. Solo ese momento ha valido mi vista al Peru.

A la hora de dormir, las niñas dormirán en el catre con sus padres y nosotros, Roni y yo, compartiendo cama en otra estancia de paredes de uralita con sus dos hijitos. El baño es un retrete en mitad del campo en mitad de una 'u' de piedra con puerta de plastiquito. Y el único agua corriente es un grifo que cae a un balde enorme. Aunque eso lo supe al dia siguiente.

Aunque mi cuerpo esta seguro de que este es el camino, mi mente no para de bombardearme con estupideces. No se si este hombre sera un verdadero paqo, sacerdote de la tradición andina, pero me alegro de colaborar con la economía de esta familia. Y pensando eso, acallo a la mente momentáneamente.

 Nos despertamos a la mañana siguiente, desayunamos maca, quinoa y bocadillitos de aguacate, queso y huevo, compramos los despachos, el vino, las hojas de coca, el agua y partimos para Pacchanta en el taxi de Vicente. Vicente es un hombre de piel andina, roji negra, pelo grasiento aplastado a un lado y sonrisa amplia y conduce un coche de maletero amplio en el que llegan a entrar dos mamitas con sus polleras de vuelos amplios y sus sombreros de copa, dos hombres y un niño, que va recogiendo en los pueblos por los que pasamos. Todos se bajan un poco antes de llegar a nuestro destino. Por lo visto, era dia de asamblea en la comunidad. De pronto el paisaje deja de mostrarnos mujeres vestidas al modo tradicional con las polleras de volantes, las chompitas de lana y los sombreros de colores anudados a la barbilla con tiras de bolitas blancas, para empezar a mostrarnos llamas, alpacas, vicuñas y suris. Por momentos, solo estamos los animales y nosotros, en ese coche. De pronto, entramos en la zona del Ausangate. El cartel dice que hay que pagar 10 soles (3 euros) pero Vicente no para el carro. Con la ventanilla bajada, sin parar, dice. 
- Peruana, es. Peruanos todos. No te miento, no.

Y yo, ahí, mirando a través de la ventanilla al hombre con mis ojos verdes y mi pelo clareado de la temporada en Ibiza. Y pensando que, al menos, no se me ve de pie. Tronchada de la risa por dentro. Porque realmente no me puedo sentir mas guiri. Yo ahi la unica blanquita, rubita, de ojos claros con mi ropa de treking del decatlon, entre tanto paisaje humano andino de tejidos coloridos y mejillas quemadas por la montaña.

- Peruana es.

Y seguimos el camino, tronchados de la risa. En un momento del viaje Carlos me confiesa que 'contento estoy' de venir al Ausangate con nosotros. Y ese es el clima del viaje, alegre, con las subidas y bajadas de las mamitas al carro, el simpa en la taquilla del parque y la conversación alegre de los quechua hablantes mientras yo observo todo.

Por fin llegamos. Carlos y yo comenzamos a caminar en lo que Roni termina de acomodar las cosas en la mochila. Nos esperan tres horas de caminata hacia las faldas del Ausangate, el Apu (montaña) sagrado por excelencia de la zona de Cusco. Sus cumbres, siempre nevadas, son fuente de vida, de agua, de alimento para la tierra, para el ganado, para las personas. Y, por eso, una vez al año se hace una peregrinación hasta sus cumbres en busca del hielo y, por eso, las gentes de la zona, practicantes de la tradición inca, van allí a hacer sus pagos a la tierra, sus ofrendas en forma de animal o alimentos, para agradecer y para pedir aquello que se necesite. Aunque eso, cada vez, se hace menos.

Y ahí estoy yo, europeita de bien, yendo a hacer mi primer pago a la tierra. Por mi y por mi hermano. Comenzamos a caminar. Estamos a mas de 5.000 metros de altura y la sensación de ahogo no tarda en llegar a medida que subimos cada tramo. Es exagerado. Tengo que parar a cada poco para recobrar el aliento.  Mientras vamos descubriendo que Carlos nació en Kiko, un pueblo de la nación Q'eros, mientras nos vamos dando cuenta, con la razón, que hemos hecho bien en venir con él al Ausangate, yo no puedo para de pensar en que no lo voy a conseguir. Ellos siguen hablando y caminando alegres y yo, en cambio, no puedo desviar la atención de cada uno de mis pasos, de mi respiración, de mi vida y la de mi hermano. Cada inhalación es un triunfo. Me pregunto cuantas inhalaciones habrá en tres horas de camino. Creo que no lo voy a conseguir. Pero no me permito pensarlo demasiado. Llevo mi atención al tercer ojo, invoco a todos mis dioses, guías y seres queridos. Paro. Masco coca. Al poco la tiro, porque siento que me distrae mas que me ayuda. Lloro. No creo que lo consiga. la altitud me aplasta el pecho y, literalmente, no puedo respirar. Lloro. Por mi vida y por la de mi hermano. 

Creo que no voy a llegar mientras Carlos y Roni siguen son su runrún. 
- Mira, un conejo.

Y se paran. Y me paran para que observe un conejos salvaje. Tardo como unos 3 minutos en conseguir que mi respiración no suene como un parto. Realmente me importa una mierda el conejo salvaje, pero la parada me viene bien. 

- Hay que ir más despacio- dice Roni. 
- Despacito no mas - dice Carlos. 

Y yo decido dejarles con su charla atrás y sus paradas para ver cosas y yo seguir con mis pasos, con mis respiraciones, con mi tercer ojo, con mis mantras, con mis lágrimas. Al poco Carlos me alcanza. Le pido que cante algo. Y así lo hace: canta y silba las canciones que se cantan cuando se va al Ausangate. Y como lo agradezco. 

- Bonito es - dice Carlos.
- Muy bonito - le digo. 

Llegamos a la laguna donde haremos el pago a las dos horas, una hora antes de lo previsto. No entiendo porque hemos venido tan rápido. Comemos algo y empezamos a preparar el despacho: hojas de coca, azúcar, legumbres, cereales, dulces, muchos dulces, vino, agua y un alcohol que no conozco. A cada alimento a cada componente del despacho se la pone una intención. Y eso hacemos. Empieza a hacer mas frío, los dedos se empiezan a poner morados y el cielo empieza a tronar. 

- Se viene el Apu - dice Carlos. 

Nos apuramos a hacer el despacho, como mejor podemos, peleando contra el viento para que no descoloque el orden de Carlos. Por fin terminamos y Carlos me limpia apresuradamente con el agua de la laguna. 

- Ya esta. Ya esta - dice mirandome a los ojos. 

Y empieza a nevar, granizar.

Yo salgo corriendo de vuelta a Pacchanta y Carlos dice que se tiene que quedar. A enterrar el despacho. Yo salgo muy deprisa, con la ropa mojada por la limpieza. Pronto el paisaje se vuelve blanco. De pronto temo perderme. No poder ver el camino. Miro atrás. Estoy sola. No se donde esta Roni. Tengo mucho frio. La cara helada. La ropa mojada. Por fin aparece Roni. Me adelanta. Y intento caminar lo mas rápido que puedo. Y eso hago. Hasta que mi bota resbala con una roca y mi muslo derecha cae sobre otra roca picuda. 

- No te levantes- dice Roni.

Habría sido imposible hacerle caso. Mi mano estaba en un charco y la pierna estaba encima de una roca ¡puntiaguda! me incorporo con tremendo dolor e intento seguir caminando, pero no puedo. No puedo. 

- De este lado del camino... - oigo a Roni. 

Me doy la vuelta mirando al Ausangate y empiezo a llorar como una niña. Habría llorado mucho mas fuerte, con mas gritos, con mas liberacion si no hubiera sido porque Roni estaba al lado mio, mirándome, supongo, sin saber que hacer. No se si estuve llorando un minuto o una hora. Realmente ese fue un momento fuera del espacio y del tiempo. Yo, el ausangate, mis lagrimas, mi vida y la de mi hermano. Cuando por fin me sereno, me vuelvo a Roni y le pregunto que decía. Me dice que nada moviendo la cabeza a un lado y a otro. 

Seguimos caminando de vuelta y poco a poco el camino se va haciendo mas amable, el cielo va abriendo... 

- Si quieres podemos pedir una llama para que te lleve - sugiere Roni en un punto del camino en el que hay llamas. 

Yo me pregunto cuantas mas sugerencias absurdas es capaz de formular.  

Al poco nos reencontramos con Carlos, que viene como si nada, caminando con sus chancletitas andinas. Nuestros pies, los de Roni y mios estan llenos de barro, y las piernas salpicadas de barro, de agua. Los pies de Carlos están tan normal y su ropa, limpia, libre de salpicaduras. Observo su caminar de puntillas. Y me pregunto cuantas caminatas parecidas a esta habrá librado ya, bajo la lluvia, bajo la nieve, con sus chancletitas. Es impresionante comos sus pies pequeños van encontrando siempre el mejor paso en el camino, el firme, el que esta libre de agua. Es un q'ero. Se ha criado así, en la naturaleza, con un poncho, un chullo de colores vivos y unas ojotas. Es una de las pocas personas transmisoras de la tradición inca. Es un honor compartir el camino con el, con su mirada limpia, con sus pies pequeños y con su cuerpo desnudo y sonriente en las termas de agua caliente que nos esperan en Pacchanta. 

Me quito la ropa, observo el bulto de la pierna derecha. Introduzco un pie y el otro en el agua, sumerjo mi cuerpo. Observo las alpacas a mi alrededor, la montaña, el verde amarillento del terreno, la mamita de fondo y digo: 

¡Viva Peru!

Despues vendria Vicente a recogernos.
Al dia siguiente me despediría de Roni. 
Hasta mas ver.




* Perdon por las faltas de ortografía. No se como poner acentos, hoy. ;)

2 comentarios:

Unknown dijo...

Texto magnifico, al leerlo creì estar alli. Felicidades Do por el relato, faltaran acentos, pero sobran emociones y ricos contenidos en emociones. Eres grande del todo

Unknown dijo...

Que experiencia tan intensa. Espero que todo ese llanto te libere de lo que te duele a ti, a tu hermano y tu linaje. Sigue tu viaje hermosa.