12 abril 2012

Marianete, si no sabes torear, ¡pa qué te metes!

La confianza es algo frágil. Es difícil de ganar y muy fácil de perder. Es frágil porque no depende de juicios sesudos, basados en cifras, estadísticas, estudios de variación porcentual ni cosas de esas. No. La confianza depende de factores subjetivos tan volubles e impredecibles como las sensaciones, las formas que tienen las cosas y las imágenes que forman en nuestras cabezas.
A la hora de interpretar y valorar los hechos, entran en juego también las experiencias pasadas, el momento presente y las proyecciones de futuro, individuales y colectivas. (Algunos llaman a la colectividad mercado). En el plano interpersonal, la confianza se puede basar, simplemente, en cómo nos miran quienes nos miran y cómo miramos a quien miramos. En fin, una amalgama de variables tan dispar que hace que haya que preservar la confianza generada, cuidándola como si fuera una rosa en mitad de un vendaval.

Y creo que en esto hay cierto consenso. Creo que es por eso que la derecha se lleva siempre las manos a la cabeza cuando la marabunta ruge, cuando hay manifestaciones, protestas o huelgas generales. Porque esa confianza que tanto quieren ganarse, la de los mercados internacionales, peligra. Pensarán que se transmite la imagen de un país quebrado, desestructurado, fragmentado en intereses divergentes y que nadie querrá invertir en nosotros, que nadie querrá financiar nuestra, cada día más cara, deuda privada. Y llevan razón. Esa es la imagen que se transmite, porque es la realidad que vivimos día a día. Mientras unos se afanan en lograr el objetivo del déficit ''cueste lo que cueste'', otros peleamos para que el mayor número posible de personas vivan con dignidad. Y en estos dos caminos, no existen las intersecciones, ni siquiera las tangentes.

Hasta aquí todo normal. Cada uno en su papel. Cada uno con sus cositas. Unos bien y otros bien jodidos. Lo que me da calambre es  ver cómo nos aplastan cada día más para ganarse esa confianza de los mercados internacionales, incluídos los psicópatas y estafadores de las agencias de calificación, para luego no cuidar esos detalles que tanto pensan en el arte de generar confianza. Lo que me da calambre es, resumiendo, que no sean capaces de hacer nada bien. Ni siquiera el mal.

¿Cómo puede ser que el Presidente del Gobierno, a menos de cuatro meses de jurar el cargo, salga del Congreso escapando de la prensa? Y eso que los que estaban ahí eran los grandes imperios mediáticos, que están siendo más que benévolos con él. No me quiero ni imaginar cómo habría salido de ahí el Señor Rajoy si en lugar de LA RAZÓN, hubiera estado DIAGONAL, o si en lugar de EL MUNDO, hubiera estado MADRILONIA. O si en lugar de periodistas se hubiesen sido cuatro o cinco deshauciados, con cuatro o cinco parados, con cuatro o cinco mujeres, con cuatro o cinco profesores, con cuatro o cinco médicos, con cuatro o cinco pacientes, con cuatro o cinco estudiantes los que le quisieran preguntar alguna cosita.

Pero bueno, con la situación como estaba, con unos 24 periodistas esperándole, si quería escapar o no responder, se me ocurre que había otras mil quinientas alternativas posibles que le hubiesen evitado revolcarse (revolcarnos) por el fango de una forma tan gratuita. Por ejemplo:

1. Si ese no era el momento, decir cuando iba a comparecer ante la prensa. Sonreír, como de hecho ya hacía, e irse. Fácil.
2. Ante las preguntas insistentes, pedir disculpas, y repetir el momento en el que sí iba a responder. Sonreír e irse. Fácil.
3. Explicar las cosas en Neolengua. Es decir, camuflar la dura realidad. Fácil (para ellos).
4. Salir por otra puerta. Tiene que haber otra puerta. Si vas a desaparecer, desaparece. Fácil.
5. Contar un chiste. Mire usted ¡Yo que sé!
Cualquier otra cosa menos presentarse ante la opinión pública como una rata queriendo salir de una caja de cartón. O como lo que es y ya sabíamos que era: un pelele, un patán con todas las letras.

Al margen de ideologías (si entro ahí no acabo), lo que me cortocircuita es que hayamos depositado nuestra confianza en un dirigente sin perspectivas más allá de cumplir un sólo objetivo. Uno. Un hombre que, o no piensa o no dice lo que piensa, que no se qué es peor. Un político con una oratoria, sino nula, nefasta, que habla sin argumentar, sin dejar entrever que debajo de las palabras hay unos valores (el sentido común no cuenta como valor). Quizás es porque debajo no hay ningún valor (el dinero tampoco cuenta como valor). Un portador de un discurso vacío de todo punto de vista, sin un ideario concreto que vaya más allá de deshacer lo hecho. Un ser humano cobarde, que se esconde de su propio oficio, de sus detractores y de sus votantes. Un irresponsable que quiere huir cuando la cosa se pone peliaguda y que, encima, lo hace mal. ¿De verdad alguien cree que esta persona, que es incapaz de evitar a la prensa con un poco de maestría, va a ser capaz de inventar alguna solución real a la multitud de problemas que nos acechan? Yo no. Nunca lo he dudado. Pero hoy tenía que escribirlo.

Mi pregunta hoy es si no se le habrán empezado a caer los pétalos a esa rosa que es la confianza, incluso para los votantes del PP...

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