La autoridades anuncian que no debemos coger el coche salvo extrema necesidad.
Y yo, la verdad, creo que es bastante necesario ir a sacar a mi abuela de casa.
Así que eso hago.
(después me doy cuenta del cristoferrobinson que es conducir sin semáforos y aparco en cuantito puedo)
Hago un poco de yogap a lo loco, sin guía ni nada.
Como un bocata de jamón con tomate.
Y sobras del ramen de ayer, también.
Y me voy a buscarla, Miguel conmigo.
Así, como cuando estábamos en el pueblo.
Entrando en el portal sin llamar.
Tocando la puerta de casa con los nudillos.
toc toc toctoctoctoc toc
como hacía de pequeña
inventando ritmos con cada intento.
Viendo la espera de no ser abierto en el mismísimo momento como una oportunidad
de inventar un nuevo ritmo
o disfrutar del anterior.
toc toc toctoctoctoc toc
toc plafplaff plafff toc (este es Miguel)
Pegar un grito pelao porque la abuela no viene a abrir.
- Abuelaaaaaaaaaaa
- Abuelaaaaaaaaaaaaaaaaaaa (este es Miguel)
Y oir retumbar el sonido de nuestras voces por todo el portal.
Creo que somos los únicos a los que nos hace gracia esto a la hora de la siesta.
- Abuelaaaaaaaaaa
- Abuelaaaaaaaaaaaaaaaaaaa (este es Miguel)
toc toc toctoctoctoc toc
toc plafplaff plafff toc (este es Miguel)
y nada.
La abuela se tomó ayer dos lexatin
por un dolor de garganta rancio que tuvo y anda despistada.
No sabe si es la chica de la mañana o la de la tarde que llama.
Y en cualquier caso le da igual.
No quiere salir a la calle porque hace frío.
Así que pasa pepinillos.
Al bajar las escaleras,
un vecino le da la mano a Miguel para ayudarle a bajar las escaleras.
Y eso le arranca una sonrisa que creo que aún le dura.
Amo la magia de los eventos solidarios fortuitos.
Lo que no sabe mi abuela es que afuera del frío del portal hay
un sol radiante
un mundo sin ondas
y la tía Manoli subiendo escaleras arriba con la radio a cuestas.
Así que volvemos a buscarla.
En la tarde del apagón
apagamos la prisa
las conspiranoias
apagamos a las tres mujeres que desde el banco de al lado nos están haciendo un chaleco
apagamos la maldad
también a la madre esa que me mira mal y me insulta en su idioma
apagamos la memoria de lo que era Gamonal
y nos abrimos a lo nuevo:
ser los únicos nativos del barrio.
El sol de la tarde.
Miguel y su nueva bici chospando.
Su nueva amiga: SaraMaria, preciosa.
(y su apellido impronunciable)
Sus decepciones y ostias, también.
Encendemos la gratitud de entrar a un eterno bar Africa y encontrarnos unos calamares de la mediodía listos para nosotros a la hora de la cena.
- Qué suerte tenemos, ¿te das cuenta? - le digo a Miguel.
Celebramos brindando.
Él con su agua con gas.
Yo con una cerveza milagrosamente fría.
Y el asiente con la cabeza varias veces
(de todos es sabido que los niños no pueden asentir una sola vez con la cabeza)
Nos encontramos con Rafa y descubrimos que somos vecinos dobles: de Gamonal y de Valdorros.
Es hermoso, sentirse siembre habitando un barrio.
El del bar África, que tampoco es de aquí, no sabe que a la gente de Gamonal nos importa poco si hay luz o no, siempre que le cerveza esté fría. Así que su idea de cerrar se ve seriamente truncada por la sed del barrio en un día de calor.
- ¿Y cómo se llamaba tu abuelo? - me pregunta Miguel.
- Justi se llamaba - le respondo. Ya murió.
- ¿Y ahora cómo se llama? - vuelve a preguntar.
Recogemos a papa en el conser.
Comentamos con el profe de violín lo especial del día de hoy.
Lo especial de comer bocatas y cosas frías.
No sé.
Lo especial de sentirse vivos en un apagón.
Digo yo.
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