08 abril 2011

Buenos días

Aquel día los perezosos no sospecharon nada. Sólo vieron un cielo gris y gotas y gotas caer al levantarse. No pensaron ni por un momento que Lorenzo se había levantado guerrero esa mañana. Desafiando a las nubes, les dijo: -Aquí sólo hay sitio para uno. Y empezó su batalla abriéndose paso a espadazos, desgarrando esas bolitas de algodón con sus afilados rayos. Sin piedad.

Alguno deseó no ver el derramamiento de sangre azul y blanca y, dándose la vuelta, pensó que su cogote también lo haría. Otro se puso los cascos, ignorando que toda esa luz se colaría por sus poros irremediablemente. No había escapatoria.

Nosotros, pequeños mortales, poco podíamos hacer. Y menos a esas horas, con los ojos llenos de legañas y los músculos arrugados todavía. Sólo pudimos someternos a la voluntad de los de ahí arriba, aceptando el resultado de la trifulca, fuera el que fuera. Y así, cuando el Sol comenzó la retirada, nos mojamos, por más que llevásemos un paraguas de viuton.

Sólo pudimos decir buenos días a todo aquel que nos encontrásemos. Buenos días.

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